Mientras revisaba que la princesa hubiera hecho las labores académicas correctamente en la sala de estudios, el sentimiento amargo del día anterior asaltó de nuevo a Isabel. No con la misma fuerza, pero igual sentía una pequeña opresión en el pecho. Logró contenerse frente a Carmen, pero no dejaba de pensar en ello.
Los recuerdos comenzaban a cobrar vida dentro de su cabeza, pensamientos que ella creía tener muy bien guardados. Trataba de detenerse, pero no lo conseguía, de pronto, el tiempo volvía atrás, a algunos años, en los que aún no trabajaba para el palacio.
Era más joven e ingenua, se creyó por completo los falsos afectos de Eduardo, un hombre indeciso y manipulador que sólo la dejó vacía.
Pensó en momentos específicos, como cuando empezaba a salir con él. En el primero, Eduardo se portaba amable, y no podía ser de otra manera, ella le había regalado un libro que quería y que no era capaz de comprar por falta de dinero. Saltó a otro recuerdo: él le confesó sus supuestos sentimientos, aunque antes le había dicho que los versos que escribía nunca eran para ella. Luego a otro más, se habían besado por primera vez, él le dijo sonriendo que sus besos dejaban mucho que desear.
Y finalmente, cuando la dejó, sólo le rompió el corazón diciéndole entre risas que se sentía mejor con alguien más, alguien mejor.
Isabel trataba de entender por qué había soportado tanto desprecio disfrazado de cariño. ¿Eso era lo único que merecía? ¿Esperar a que alguien se dignara a corresponderla de forma sincera sólo para que al final la hiriera? Y la horrible sensación de que si no era suficiente para él, que nunca había sido un buen prospecto, jamás lo sería para alguien más.
El sonido de una lluvia torrencial la sacó del abismo.
Se levantó rápidamente para cerrar las ventanas de la habitación.
—Isabel, creo que se te cayó algo —le señaló la princesa una hoja de papel en el suelo, haciendo que la viera antes de pisarla.
—Gracias, no la había visto —la levantó y la puso con las demás.
Esa hoja de papel le hizo pensar en la nota que había recibido el día anterior, de parte del príncipe.
Él no tenía que haberse disculpado, su falta no era grave, pero aún así lo hizo. Era una persona amable que la había hecho olvidar por unas horas lo mal que se sentía. No podía considerarlo como un amigo, pero agradecía profundamente su cortesía.
—Hoy te comportas algo raro —le mencionó Carmen, cuando le entregó sus cuadernos—. ¿Te sientes bien?
—Sí, creo que es el cambio de clima repentino, me aletarga —le respondió, para no preocuparla— Podríamos ir a su habitación para ver lo que se pondrá para el baile de despedida.
—¿Y qué te pondrás tú? —le preguntó ella, ilusionada.
—Como mi vestido está arruinado, tuve que mandar a confeccionar otro. La costurera sugirió que fuera bermellón y dorado porque están de moda, pero no estoy segura de esos colores.
—Te verías linda.
—Eso es muy dulce de su parte —le respondió—, sólo espero que el vestido esté listo para ese día.
—Seguro que sí.
—Pero bueno ¿ya tiene algo en mente para usted? —le preguntó Isabel, mientras iban a la habitación de la princesa.
—Sí, creo que podrían hacer un vestido con una de las telas que el príncipe trajo cuando llegó.
—Me parece una buena idea, sería muy considerado de su parte. ¿Cuál le gustó más?
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La flor de azahar
Romance"No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que l...