Cap. 21

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Le parecía que era una linda mañana, a pesar de que la noche anterior había tenido su primera discusión con Isabel. Se consideraba con algo de suerte, el desenlace de ese desacuerdo fue mejor de lo que esperaba, creía que esa pequeña victoria que le concedió al no cerrarse por completo a un resarcimiento del daño le daba una buena oportunidad de solucionar las cosas. Sólo deseaba que Anthony no volviera a echarlo a perder, no estaban en condiciones de desperdiciar el mejor enlace matrimonial posible para su hermano. No era como si su reino pudiera darse el lujo de desaprovecharlo y por más testarudo que fuera Anthony, no era difícil convencerlo de actuar con cortesía al utilizar la culpa como catalizador. Le desagradaba hacer eso, pero ese niño no era capaz de entender de otro modo.

Durante ese paseo, Robert observaba con mucha atención todo lo que sucedía en la calesa de la princesa y el duque, desde su caballo. Era más que obvio que la niña no le iba a perdonar tan fácilmente su desplante, pero al menos ya no lo ignoraba, no era mucho avance, pero de eso a nada, le parecía algo bueno.

Matthias iba a su derecha, manteniéndose muy cerca de él, aterrado sobre la silla de montar. Jamás le había gustado estar cerca de los animales de carga a menos que estuvieran halando su carruaje. Se quedaba muy erguido, casi sin respirar, para no hacer nada que pudiera asustar a la yegua blanca que montaba y por ende, a él. Nunca admitiría frente a nadie lo mucho que les temía, a pesar de ser muy malo para ocultar su miedo.

Del otro lado iban el rey y la reina en dos hermosos corceles negros, y un poco detrás, iba Isabel, en una yegua zaina de trote ligero, guardando silencio, como si no quisiera estar en el paseo.

Esperaba que su falta de animosidad tuviera que ver con el calor húmedo que causan las lluvias de mitad de verano, y no con él. Deseaba hablarle, pero si se movía, eso podía causar que Matthias tuviera un infarto por ese mínimo cambio en las condiciones de la cabalgata, preguntándose por qué tenía que padecer la fobia más inconveniente para ese momento. Para fortuna de su consejero, pudieron bajar de los equinos unos metros más adelante, en la arboleda favorita de la reina, la cual había recomendado como paseo matinal por la cantidad de aves que podían observar ahí antes de tomar el desayuno en el picnic.

Debía fungir como chaperón del duque en vista de que Matthias estaba demasiado aturdido para hacerlo, una tarea que compartiría con Isabel, dándole la oportunidad de hablar con ella. Caminaron detrás de ellos a unos metros de distancia, en silencio. Aunque quería iniciar la conversación, no estaba dispuesto a obligarla a decirle algo, así que prefirió apreciar la posibilidad de pasear con ella entre los encinos y los robles.

Le gustaba el aroma de su perfume mezclado con la fragancia de los árboles y la tierra húmeda, pareciéndole que le iba muy bien a su carácter.

—Quería disculparme —Isabel comenzó a hablar—. Pensé en lo que dijo, tiene razón, que no esté obligada a aceptar sus disculpas no justifica que me comporte de manera impertinente.

Él la miró, no esperaba que le dijera eso.

—Y todo ha sido por una niñería. Me siento avergonzada por ello.

—Pero no tiene que disculparse —le respondió, mientras se detenían a mitad de camino—, la ofendí. Me lo merecía.

—Creo que no estoy de acuerdo con usted.

—No sería la primera vez ¿o sí? —agregó, lo que la hizo sonreír.

Luego, ella hizo una expresión de preocupación, que después se relajó al escuchar a la princesa entre los árboles. Fueron hacia los adolescentes, llegando a tiempo para evitar que escalara a más una pelea entre ellos.

—No sabes una minúscula nada sobre insectos —decía Anthony—. ¿De qué te imaginas que se alimentan las mariposas?

—Todo el mundo sabe que toman néctar de las flores y comen frutas —respondió ella, mirándolo con desdén.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora