Cap. 32

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S.A.R.

Gracias por enviar la nueva dirección a la que debo enviar la correspondencia. Don Gabriel estaba tan impaciente que hubiera ido tras de usted personalmente si no hubiera recibido sus cartas la semana pasada, supongo que él nunca podrá agradecer lo suficiente a la Oficina Postal por su rapidez.

Por cierto, el Duque y la Princesa han intentado llevar la fiesta en paz, lo cual es bueno, aún pelean ocasionalmente, pero no de la forma encarnizada que usted y yo presenciamos. Espero que su relación progrese.

Además de eso, él va muy bien en sus lecciones y tiene excelentes habilidades de lenguaje, calculo que aprenderá a hablar como un niño yatense en menos tiempo del que cualquiera de nosotros esperaba. Es un chico muy listo, aunque atolondrado.

Casi me olvidaba, ¿recuerda el arroyo de girasoles? Bueno, como tengo prohibido ir ahí por parte de mi familia, me he estado escapando en algunas ocasiones. Ni siquiera sé por qué le menciono esto, pero creo que tiene que ver con que necesito compartir el secreto con alguien que no me persuada de no hacerlo.

Por favor, no sea como yo y cuide bien de su salud.

Le estima,

Isabel Urdiales

Robert había leído una y otra vez esa carta mientras estaba sentado en el escalón de la puerta de la cocina del chalet que compartía con Jane en Lysse, era su lugar favorito en todo el edificio, por la manera en la que podía ver la campiña a lo lejos. Se emocionaba cada vez que llegaba a la parte en la que Isabel le pedía que se cuidara, porque sabía que inmediatamente después leería de su puño y letra que ella le estimaba.

Jane se apareció sin avisar, así que guardó la carta en su bolsillo, por impulso.

—¿Por qué haces eso? No seas ridículo —le preguntó, mientras se sentaba en una silla, frente a la mesa—. Igual, ya sé lo que es.

Él sólo se encogió de hombros en respuesta, observando las nubes aglutinadas para empezar a llover.

—Sigo sin entender por qué no nos quedamos en el palacio, es mucho más grande y hay más personas —le dijo, en tono recriminatorio—. Me estoy aburriendo como una ostra. Que a ti te guste jugar a ser campesino no significa que yo me la pase tan bien como tú.

—Porque no se supone que sea un premio para ti, recuerda que estás convaleciente y que fue lo que sugirió la abuela, el chalet es tranquilo y discreto —le contestó, sin dejar de ver hacia afuera—. Es suficiente una cocinera, un jardinero y un ama de llaves.

—¡Por favor! son tan viejos...

Robert se rió.

—Te molesta que ninguno de ellos tenga menos de cuarenta años y no les interese caerte bien.

—Pues no tolero a una cocinera voluntariosa que nos da la comida que ella quiere.

Su hermano la miró, sin dejar de reír. Le divertía lo infantil que se comportaba.

—Si no te gusta, cocina tú.

—¡Es lo que haré! —exclamó, levantándose y tomando la canasta de los huevos, la botella del aceite y la bolsa de la harina— Haré pasta yo misma.

El príncipe soltó una carcajada.

—Ni siquiera sabes hervir agua.

—¿Qué tan difícil puede ser? —le reclamó, mientras ponía el recetario sobre la mesa.

Jane leyó las indicaciones y al no entenderlas, decidió que improvisaría.

—Tú limpiarás el desorden que hagas —le dijo, sin levantarse de su sitio.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora