Cap. 28

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Recibió su respuesta después de la cena. Esa noche, Don Gabriel se presentó personalmente en el palacio para hablar con él a solas sobre el asunto en cuestión para que esa reunión fuera más productiva, aunque a él le parecía que sólo quería conversar con él como hombres. Lo condujo al estudio que días antes le había asignado el rey Félix para atender sus asuntos personales.

Como de costumbre, le saludó efusivamente, con un apretón de manos fuerte y firme.

—Ya pensaba que nunca me daría una respuesta, Su Alteza —le dijo, con un tono brioso.

—Le pido me disculpe, Señor Yturria. Nunca fue mi intención tardar tanto en atenderlo, pero no contaba con que las circunstancias se pusieran en mi contra —le respondió, sonriendo con cortesía.

—Ah, es cierto —reconoció, mientras se sentaba en la silla frente al escritorio—. Aunque no vine al baile me enteré de lo que pasó con la princesa Carmen y el joven duque.

—Sí, es algo que ha salido mal desde que llegamos —le ofreció algo del licor que le habían dejado, aunque él no estaba bebiendo.

A Don Gabriel le pareció extraño que su anfitrión no se sirviera nada, pero no dijo algo al respecto.

—También supe que el Señor Matthias y el presidente de su Parlamento no están bien de salud.

—Así es, nada funciona como debería y por eso hemos tenido que quedarnos más tiempo de lo que esperábamos.

—Bueno, como mi madre dice "hay que dar gracias de que no sea peor".

—Es un buen modo de verlo —ya había sido suficiente charla superficial, así que empezó a hablar de lo que le interesaba—. ¿Puedo asumir que esta visita es social?

Don Gabriel sonrió con suficiencia.

—Usted me cae bien, sabe jugar sus cartas —dio un sorbo a su vaso—. Es social, sólo somos dos amigos que hablan de negocios mientras beben un poco.

El príncipe se sirvió un poco de licor también, en señal de que confiaba en él.

—Usted también me agrada y como sabe por nuestra correspondencia, no hay nadie de mi país a quien le interese más que esto resulte que a mí. Le aconsejo que traiga a las personas más preparadas en el tema que conozca para convencer al Presidente del Parlamento, no más de dos porque desconfiaría.

—Eso es fácil, una de ellas ya está aquí en el Palacio y usted mismo la sugirió. Aunque creo que sus motivos para elegirla son un poco más egoístas que los míos —dijo, mientras reía un poco—, como amigo, le aconsejo que sea más cuidadoso al respecto, sonrojarse con la simple mención de Isabel Urdiales no le hace ningún favor.

—No me estoy sonrojando —le recriminó.

—No, pero con esa respuesta ya me dijo todo lo que quería saber —dio otro sorbo a su bebida—. Tranquilo, no hay cotilleos en el palacio y el honor de la dama está a salvo, no hay mucho que decir sobre ella porque es muy profesional, pero usted hace un pésimo trabajo guardando sus propios secretos, es por la indiferencia de Isabel que no ha salido ningún chisme creíble. Igual, no es el primero ni será el último que se interese en ella sin lograr avanzar en nada, lo sé porque la conozco.

—¿Desde cuándo lo intuye? —preguntó con un poco de molestia.

—Desde el baile de bienvenida, fue obvio en el momento en el que le pidió que bailara con usted —se recargó en su asiento—. No se sienta traicionado por mí, es mi amiga y me importa su bienestar.

—Sí, es fácil encariñarse de ella —respondió, con un suspiro, mirando su vaso, sin beber nada.

Don Gabriel sintió lástima por él.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora