Cap. 24

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Mientras estaba tendido en el sofá de su habitación, lanzaba al techo una pequeña pelota una y otra vez. "Amistad de negocios" o al menos eso fue lo que entendió de su conversación con ella ¿y qué rayos era eso? No eran colegas, ni participaban en el mismo espacio de trabajo, vaya, ni siquiera tenían una relación laboral. Intentó comprender a qué se refería, pero le confundía, y eso que pensaba que sus intenciones eran tan obvias que ella ya debía haberse dado cuenta.

Pero no, para Isabel todo era parte de una cortesía profesional. ¿Qué clase de hombre sin carácter le enviaría tarjetas hechas por sí mismo a una mujer sin que le interesara? No lo entendía, a menos que se tratara de una cuestión de cultura en la que él no tenía ningún derecho a juzgar, pero esa explicación le pareció ridícula, si algo sabía de Don Gabriel era que no se andaba con rodeos, ya fueran negocios o mujeres lo que persiguiera, o eso fue lo que le dijo cuando tuvo unas cuantas copas encima en el baile. Y si Isabel lo comparaba con él, debía ser por dos razones: la primera, que no estaba bajo su control y que tenía que ver con lo solícito que Don Gabriel siempre parecía con ella en nombre de la "amistad de negocios"; y la segunda, mucho más probable y frustrante porque se refería a que sus propios intentos de pasar tiempo con ella eran tan insípidos que ni siquiera parecía que estaba interesado.

Que la dama en cuestión lo considerara un amigo, y no un amigo con todas sus letras, como hubiera preferido, sino uno que tenía que ver con su trabajo, le comenzaba a enfermar. Se incorporó para pensar mejor las cosas.

Tenía que aceptar que por temor a asustarla (o a hacerla enojar de nuevo), no estaba esforzándose lo suficiente para que tomara en cuenta su interés. Suspiró con pesadez, creyendo que, aunque no estaba peor que al principio, no parecía avanzar con ella. Debía pasar tiempo con Isabel, pero con su hermana ahí, no iba a ser posible por lo menos durante un par de días.

Volvió a tenderse para incorporarse de golpe un segundo después. ¿Se estaba rindiendo tan fácilmente? ¿Qué no estaba aprendiendo nada de todas esas interacciones que tenían? La hermana parecía accesible a permitirle estar cerca de Isabel, era definitivo que podía usar ese tiempo en conocerla mejor, pero eso no iba a ser posible si se la pasaba perdiendo la oportunidad cada vez que algo imprevisto sucediera. Era un príncipe, tenía que comportarse como tal y tomar la iniciativa, así que se levantó del sofá para estudiar sus opciones en el patio central, esperando que estar en el exterior pudiera servir.

Tomó asiento en una banca que estaba bajo la sombra de un nogal, permitiendo que el delicado soplar del viento lo refrescara. Eso le hizo pensar en el arroyo cubierto de girasoles, el juego de cartas y, por desgracia, en el accidente también. Se había asustado mucho al ver la sangre que emanaba de su pie y fue peor cuando se desmayó antes de poder hacer algo por ella. No era necesario que Isabel pasara por algo así, por eso se había negado a hablar con Anthony, era mejor mantenerse en silencio que decirle palabras hirientes por las que después se arrepentiría.

Volvió al pensamiento inicial del arroyo, por un momento, creyó que ya sabía lo que tenía que hacer.


*** 

Matthias seguía frustrado por no lograr avanzar nada en el plan desde su habitación. Anthony no le era muy útil, y la princesa... bueno, no estaba castigada, pero tampoco tenía mucho tiempo libre a su disposición.

La fecha del baile inaugural de las fiestas de Santa Clara estaba muy cerca, y por lo que sabía, la señorita Urdiales no estaría presente, decepcionándose de que se perdiera esa oportunidad de que el príncipe se acercara a ella. Era obvio que la joven le gustaba, pero frente a él no lo aceptaría, lo que volvía muy peligroso para él mismo el dejarle el asunto para que lo resolviera solo. El joven podría saber muy bien cómo y con quién tener sus escapes casuales de vez en cuando, pero Matthias estaba consciente de la inexperiencia que le aquejaba al cortejar a una dama que le agradaba, ya no era el adolescente cándido en el cual esa torpeza resultaba encantadora a cualquier señorita, al contrario, sólo causaría repulsión.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora