Se alegraba de haberse mantenido consciente toda la noche. Después de que Matthias le deseara que durmiera bien y fuera a su propia habitación, el príncipe se aseó, para luego tenderse sobre su cama y repasar todo lo que había sucedido durante el baile con los ojos cerrados. De principio a fin, pasando por las conversaciones con Don Gabriel. Se sentía satisfecho con no darle una respuesta definitiva, creía que podía descansar de ello por lo menos hasta que estuviera de vuelta en casa.
Aunque no pensaba que eso hubiera sido lo mejor de la noche. De cierta manera, el hecho de que hacía mucho tiempo no se sintiera atraído hacia alguien de la forma en la que creía que la señorita Urdiales llamaba su atención, le parecía una revelación. No es que de forma inesperada cayera en cuenta de que la encontraba atractiva, pero desde que la vio brillar como una centella en el patio central, supo que el efecto que causaba en él era mucho más fuerte de lo que esperaba.
No iba a ser tan hipócrita como para no aceptar que le parecía bonita desde hacía tiempo, pero verla en una luz diferente, una que provenía de ella misma, le sorprendió. Sólo esperaba no haber sido tan obvio sobre eso para no hacerla sentir incómoda.
No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que le envolvían los sentidos en una suave caricia.
Suspiró y se giró sobre su cuerpo para poder dormir. Intentó imaginarla acariciando su cabello con sus manos pequeñas, mientras volvía a recordar su perfume. Se permitió decir su nombre en voz baja, creyendo que así podía darle significado.
—Isabel, ése es un bonito nombre —dejó escapar una risita tímida al sentir que se ruborizaba.
Terminó por acomodarse sobre la almohada y después de un rato, logró quedarse dormido.
***
Isabel aprovechó que los demás se levantarían tarde para salir un rato. Le parecía un bonito sábado y había quedado con Eva para verse en su casa. Afortunadamente, el lugar donde vivía su amiga no le quedaba lejos del palacio, así que podía volver para el mediodía sin ningún problema.
Aún era temprano, el sol estaba frío y los comerciantes del mercado apenas estaban limpiando el corredor para poner sus mercancías. Caminó por la calle hasta que encontró la casa de los geranios, en la que vivía la familia de Eva. Era una construcción blanca, rodeada con muchas macetas de geranios de color rojo, rosado, blanco y violeta. A Isabel le parecía la casa más bonita de toda la calle, el portón siempre estaba limpio y destacaba mucho por todas las flores que la madre de Eva tenía el empeño de cultivar. Pensaba en que, si no fuera tan descuidada y no prefiriera las mascotas a las plantas, seguro tendría una vivienda tan acogedora como esa cuando pudiera hacerse de su propio espacio.
Tocó la puerta y no tuvo que esperar mucho para ver el rostro de Eva asomarse al abrir. La hizo pasar y la invitó a la cocina, donde desayunarían. Le llegaba el suave aroma del pan recién horneado y podía ver sobre la mesa queso fresco y un frasco de miel. A ambas les gustaba comer así cuando se reunían, de esa manera no tenían que perder tiempo cocinando.
Tomaron asiento y Eva comenzó a hablar.
—Sé que te dije que me encontré a Rosario antes de irme del baile, pero no quise decirte lo que me contó en ese rato porque si no, no hubieras venido.
—¿Crees que sólo vendría a verte para que me cuentes chismes? —le dijo, cortando un trozo de pan para ponerle queso y miel— Qué poco me conoces.
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La flor de azahar
Romance"No dejaba de pensar en sus brillantes ojos cafés, el sonido de su risa alegre, ni en el aroma sedoso y delicado de su perfume. Trató de evocar la fragancia de la forma más vívida que podía: era una esencia sobria de flores de azahar y jazmín, que l...