Cap. 11

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Para Carmen, la mañana había sido muy aburrida. Aunque Isabel le había dicho la noche anterior que no iba a estar por unas horas, le pareció que el tiempo pasaba muy lento. Tenía tantas ganas de hablar con ella sobre el baile, decirle lo bonita que se veía y, si se lo permitía, comenzar a sembrar en ella la semilla de la curiosidad en cuanto al príncipe. De acuerdo a las impresiones del señor Meyer, a él comenzaba a gustarle.

Volvió a mediodía, pero no pudieron hablar porque debía alistarse para la comida con sus padres.

Quiso observar la actitud que él mostraba mientras estuvieran a la mesa, pero no pudo ver en su mirada ningún indicio de nada, la trataba igual que siempre, intercambiaban comentarios simples, Isabel sonreía como de costumbre y no pasaba más. Le lanzó al consejero una mirada inquisitiva, que esperaba que él pudiera entender, obteniendo como respuesta una expresión complaciente, pero no muy útil.

El resto del día pasó sin ninguna novedad, para su decepción, y cuando se quedó sola con Isabel, no tuvieron oportunidad para hablar de eso porque le pidió cumplir con sus deberes. Si tan sólo no le hubieran encargado tantas actividades, hubiera podido sacarle algo de información.

Aunque la merienda podía haber sido prometedora, notó que se limitaron a jugar cartas, sin hablar de nada importante, como si el príncipe no hubiera bailado con ella casi toda la noche anterior.

Igual la desilusión continuó durante la cena. Los visitantes tuvieron que retirarse temprano porque tenían que organizarse para partir al día siguiente. Y ahí iba su plan de interrogar al señor Meyer sobre lo que él sabía. Lo veía caminar junto con el heredero al trono, sin darle oportunidad para hacerle preguntas. Carmen no sabía si lo hacía de manera deliberada, pero prefería pensar que no.

Tuvo que esperar a que terminara la hora del baño para hablar con su dama de compañía. Mientras se terminaba de vestir con la ropa de dormir, pensaba en cómo iniciar la conversación. No le costó mucho trabajo encontrar una manera de hacerlo y se decidió a preguntarle mientras le cepillaba el cabello.

—No hemos tenido mucho tiempo para hablar del baile —dijo, mientras Isabel la miraba por el espejo y le sonreía.

—No, pero podemos hablar de eso ahora, si no está muy cansada —le contestó—. Sé lo mucho que le gustan los bailes, no crea que no he querido hablar con usted sobre la fiesta, Su Alteza.

—Creo que ayer fuiste la más bonita.

—Exagera... —Carmen notó que se ruborizaba por la modestia.

—No exagero —se volvió hacia ella y la miró con sinceridad—, de verdad creo que llamaste la atención de todos, hasta la del príncipe.

—Por favor —ella se rió—, sólo es educado.

Isabel siempre encontraba la manera de demostrarle que era una boba en cuanto a las impresiones que tenía de sí misma. Obviamente, no existía esa intención, pero así era.

—Bailó contigo casi todo el tiempo, eso es más que ser educado.

—Bueno, me conoce, supongo que prefiere pasar tiempo con alguien con quien por lo menos ha conversado más de cinco minutos.

—Él no es tan tímido —le repuso, mientras trataba de no ser muy insistente—. Creo que le agradas.

Isabel se encogió de hombros.

—Supongo que de la misma manera en la que le agrada su cochero o alguien de su guardia.

—Pues no bailó con ellos.

La joven sólo se rió.

—Usted debería dejar de hacerse ideas en la cabeza. Es un príncipe, y seguro hay muchas otras mujeres de su posición a las que pueda pretender.

La flor de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora