VI parte 1

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¡A preparar los baúles! Incómodas preocupaciones de la partida. Llaves que se extravían, etiquetas por escribir, pedazos de papel de seda por el suelo. ¡Cómo me molesta! Incluso hoy, luego de haberlo hecho tantas veces; cuando vivo, como quien dice, con las maletas a cuestas. Incluso hoy, cuando cerrar los cajones, o abrir los armaríos de los hoteles, o las estanterías impersonales de los chalets
amueblados, es sencillamente una cuestión de rutina ordenada, siento cierta tristeza, siento como si perdiera algo. Aunque por poco tiempo, aquello ha sido nuestro. Aunque sólo hayamos pasado dos noches bajo aquel techo, algo nuestro queda allí. Nada material, desde luego, ni una horquilla sobre el tocador, ni un tubo de aspirina vacío, ni un pañuelo olvidado sobre la almohada, sino algo indefinible, un momento de nuestra vida, un pensamiento, un estado de ánimo.

Esta casa nos cobijó, y entre estas paredes nos hemos querido, nos hemos
hablado. Hoy seguimos nuestro camino, no la volveremos a ver, y por ello ya somos diferentes, hemos cambiado de modo imperceptible. Ya nunca volveremos a ser los mismos de antes. Cuando paramos para comer en un hotelito en la carretera, y entro en un cuarto oscuro y extraño para lavarme las manos, el picaporte desconocido, las tíras de papel que cuelgan de las paredes, el espejo chíquítín y rajado encima del lavabo..., en aquel momento, todo es mío, me pertenece. Se establece cierta intimidad entre esos objetos y yo. Eso es lo presente. Lo pasado y lo futuro no existen. Estoy allí, lavándome las manos, reflejado en el espejo roto,
como suspendido en el tiempo. Ese soy yo; este momento no puede morir.

Abro entonces la puerta y voy al comedor, donde está él esperándome, sentado a la mesa, y pienso que en aquel instante he envejecido, he continuado mi camino, he dado un paso más hacia un destino desconocido.
Sonreímos, elegimos la comida, hablamos de esto y de aquello, pero –me digo,– ya no soy el que se separó de él hace cinco minutos. Aquél se quedó atrás. Yo soy otro hombre más maduro, más viejo.

El otro día leí en un periódico que ha cambiado la dirección del Hotel Côte d'Azur, de Montecarlo. Han decorado de nuevo las habitaciones y lo han cambiado todo. Tal vez las habitaciones de la señora Han en el primer piso ya no existan. Tal vez no queden ni señales del cuartito que yo ocupaba. Ya sabía yo que nunca volvería allí, aquel día en que arrodillado en el suelo trataba con dedos torpes de arreglar la cerradura del bául.
El episodio terminó cuando conseguía echar la llave. Miré por la ventana, como si volviera la hoja de un álbum de fotografía. Aquellos tejados que veía ya no eran míos. Pertenecían al día de ayer, al pasado. Las habitaciones presentabanan un aspecto vacío, despojadas de nuestras cosas, y todas ellas tenían un aire de ávida impaciencia, como sí desearan que nos marchásemos pronto, para recibir a los
nuevos huéspedes, que llegarían mañana.

El equipaje pesado estaba ya listo, atado con correas, cerrado con llave, en el pasillo. Los bultos de mano los arreglaríamos más tarde. Los cestos de pepeles rebosaban de cuentas y cartas rotas, de frascos de medicinas y de botes vacíos de maquillaje. Bostezaban los cajones; el escritrorio ya no guardaba nada.
La mañana antes me había tirado una carta cuando le servía el café del
desayuno, diciendo:

–Hyuri embarca para Nueva York, el sábado. Su hija Nanmin tiene un amago de apendicitis y le han telegrafiado para que vuelva. Eso me ha decidido. Nosotros nos vamos tambien. Ya estoy harta de Europa, y podemos volver a principios de otoño.
¿Te gusta la idea conocer Nueva York?

Sólo ímagínarlo me hacía pensar en la cárcel. Debió mi cara traicionar la congoja que sentía; pues la ví, primero asombrarse, y luego poner una expresión de disgusto.
–¡Qué chiquillo más raro y dificíl eres! No llegaré nunca a comprenderte. ¿No te das cuenta que en mi país los muchachos de tu posición, sin dinero, lo pueden pasar muy bien? Muchachos a montones, y diversiones, las que quieras... Todos, gente de tu clase. Puedes tener un gruipito de amistades, y no necesitarás estar como aquí, siempre pendiente de mí. Creí que no te gustaba Montecarlo.

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora