Cuando a la mañana siguiente desperté, poco después de las seis, me asomé a la ventana y vi al ras del suelo la neblina del rocío. Los árboles se embozaban en blancos jirones de nubes. El aire estaba frío, y la brisa, alegre y juguetona, se perfumaba con la esencia calmante del otoño.
Me arrodillé junto a la ventana, contemplando la rosaleda, donde las rosas pendían de sus tallos, pardos y ajados los pétalos por la lluvia de la noche anterior, y todo lo ocurrido el día antes se me pareció lejano y ficticio. Despertaba en Manderley un nuevo día, y los habitantes del jardín no podían interesarse en nuestras preocupaciones. Un mirlo cruzó la rosaleda hacia la pradera, con una serie de rápidas carreras, parando de trecho en trecho para hundir con fuerza en la tierra su pico amarillento. Pasó presuroso un jilguero, camino de sus quehaceres, dos aguzanieves gordezuelas, con paso mesurado caminaban la una tras la otra. Enjambres de gorriones alborotaban ruidosos la paz matutina. Una gaviota quedó parada en el cielo, solitaria y callada; de súbito, extendió las alas y trazó en el aire un arco fugaz, desapareciendo más allá del Valle Feliz.
Todo seguía su curso, sin que nuestra angustia y temor fueran lo bastante poderosos para interrumpir su marcha.
Pronto comenzarían los jardineros su trabajo, barriendo las primeras hojas caídas sobre el césped, y alisando con sus largos rastrillos la gravilla del camino. En el patio, a la espalda de la casa, empezó a oírse el ruido metálico de los cubos de limpieza, el de la manga jugando sobre el coche polvoriento y la pizpireta cháchara de la criadita que fregaba los platos, de conversación, junto a la puerta abierta, con los gañanes que trabajaban en el patio. Mientras de la cocina sale el olor caliente y quebradizo de las lonjas de tocino, las criadas despertarán a la casa, abriendo las ventanas y descorriendo las cortinas.Saldrán los perros, arrastrándose, de sus cestos, bostezando, estirándose, para ir luego a la terraza y guíñar ante los luminosos esfuerzos del sol, aún pálido, por atravesar los celajes de la niebla. Luhan pondrá la mesa para el desayuno, trayendo los bollos recién hechos, calentitos, la fuente de huevos, los crístalinos tarros de miel y mermelada, el frutero de los melocotones y un racimo de uvas rojas, aún lozanas y tersas, peto ya añorando la caricia templada del invernadero. Las criadas se afanarán en la limpieza del gabinete y del salón, mientras entra por las ventanas abiertas el aire puro y fresco. De las chimeneas subirán rizados tirabuzones de humo y árboles y lomas y plantas irán reforzando su silueta, mientras el mar, al otro lado del valle, reflejará los rayos del sol y el faro se erguirá airoso espigado sobre la cumbre del promontorio.
Manderley, apacible, callado, gracioso. No importaba que quien viviera entre muros penara y sufriera y derramara lágrimas amargas; no importaba que entre ellos naciera el dolor; la paz de Manderley no podía alterarse ni ser destruida su belleza. Morirían las flores, pero para brotar de nuevo al año siguiente; los mismos pájaros construirían allí sus nidos y los mismos árboles florecerían sin remedio. El mismo perfume perfume añejo del musgo humilde embalsamaría el aire; llegarían los grillos y las abejas; las garzas volverían a hacer sus nidos en los bosques oscuros y silenciosos. Bailarían las mariposas sus danzas alocadas a través de las praderas y las arañas tejerían sus hebras de niebla, mientras algunos gazapillos, que no deberían haberse alejado tanto, asomarían sus ridículas caritas por entre los espesos setos. Florecerían las lilas y la madreselva, y los blancos botones de las magnolia se abrirían apretados debajo de las ventanas del comedor. Nada ni nadie podría cambiar manderley, que, como encantado, permanecería siempre en su hondonada, guardado por los bosques, tranquilo imperturbable; igual que el mar continuaría siempre subiendo por la playa, revolcándose en los guijos para huir luego y prolongar eternamente sus juegos en la ensenada.
Chanyeol aún dormía y no quise despertarle, pues le esperaba un día cansado y largo, corriendo hacia Londres por las carreteras flanqueadas de postes de telégrafo, hasta llegar a las populosas afueras londinenses. No sabíamos qué nos esperaba al final de nuestro viaje. Allá, al norte de Londres, vivía un tal Hyuk, que jamás había oído hablar de nosotros, y, sin embargo, nuestras vidas estaban en su
mano. Pronto se levantaría también él, y, bostezando, desperezándose, empezaría un día nuevo para él. Me levanté y salté al baño. Al hacerlo me di cuenta de que, como Luhan la noche antes cuando estaba arreglando la biblioteca, siempre había hecho estas cosas sin pensar, mecánicamente; pero aquella mañana hasta las cosas más nimias las hice conscientemente, fijándome en lo que hacía.
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Tras la sombra [Chanbaek]
Hayran KurguBaekhyun con un marido al que apenas conoce, el joven esposo llega a este inmenso predio para ser inexorablemente ahogado por la fantasmal presencia de la primera señora de Park la hermosa Ryujin, muerta pero nunca olvidada. Su habitación permanece...