XX parte 2

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(fuertes revelaciones)

–Mi pecado fue de amor, de amor por Manderley, ante el cual todo lo sacrifiqué. Tal vez fue un error. Ni Cristo ni su Iglesia nos enseñan a amar unas piedras, unos ladrillos, unos muros, ni nada dicen del cariño que un hombre puede llegar a tener por su terruño, por su solar, por su diminuto reino. Es un amor que no tiene cabida
en el Credo.

–¡Chanyeol! ¡Chanyeol mío! ¡Te amo! –le dije, y acariciándome la cara con sus manos, posé mis labios sobre ellas.

–¿Comprendes? –me preguntó– ¿Tú comprendes? ¡Di, di!

–Sí, comprendo; lo comprendo todo y te quiero.

Rehuí su mirada, sin embargo, para que no me viera la cara. ¿Qué podía importar que yo comprendiera o dejara de comprender? Mi corazón se sentía ligero como una pluma que flota en el aire.

Chanyeol no había querido nunca a Ryujin.

–No quiero volver la vista hacia aquellos años. Ni siquiera quiero hablarte de ellos, de su ignominia y vergüenza. Toda nuestra vida era una mentira, una farsa sórdida y vil, que los dos representábamos delante de los amigos, de la familia, de los criados, de personas tan fieles y dignas como el pobre Jongdae. Aquí, en casa, nadie sospechó nunca de ella, y la admiraban, sin saber cómo se reía de ellos en cuanto volvían las espaldas, ridiculizándolos, imitándolos entre carcajadas. Me acuerdo de los días en que la casa se llenaba de gente, por uno u otro motivo, una fiesta en los jardines, una cabalgata histórica. Se la veía entonces yendo de un lado para otro, con aquella sonrisa angelical, muy cogida de mi brazo, para luego repartir regalos a los niños..., y al día siguiente se levantaba con el alba y se iba en coche a Londres, conduciendo como una energúmena, por llegar antes a un piso que tenía junto al río, a aquella inmunda madriguera en la que se recogía como un animal, para volver luego a Manderley el sábado, al cabo de cinco días de aborrecible iniquidad. Yo cumplí lo acordado, por mi parte. Nunca dije nada a nadie. Fue su gusto maldito el que convirtió a Manderley en lo que es hoy. Los jardines, los setos, hasta las azaleas del Valle Feliz... Nada de eso existía en tiempos de mi padre. La finca, entonces, estaba bellísima, eso sí, pero salvaje y descuidada, con una belleza peculiar, pidiendo a voces los cuidados, el tiempo y el dinero que mi padre nunca quiso dedicarle, y que, de no haber sido por Ryujin, tampoco a mí se me hubiera ocurrido. La mitad de las cosas que ves hoy en la casa no estaban aquí cuando ella vino. El salón, tal como está, el gabinete..., todo son cosas de Ryujin. Esa sillería que Jongdae enseña con tanto orgullo los días de público, y aquel repostero de la pared.... Ryujin. Desde luego, algunas de ellas las teníamos antes de casarnos, mas en desvanes y cuartos de trastos, pues mi padre no entendía de muebles ni de cuadros; pero la mayor parte de lo que hay aquí lo compró Ryujin. La belleza de Manderley que tú conoces, el Manderley de que la gente habla y el que la gente pinta y retrata... es obra de Ryujin.

Continuaba yo callado, apretándome contra él. Quería que continuase hablando, para que se desahogara y echara fuera todo el veneno que durante tantos años le había estado corroyendo; todo el odio, toda la repugnancia e inmundicia acumulados durante los años que pasó en silencio.

–Así vivimos, mes tras mes, año tras año, callando yo y aguantándolo todo..., por Manderley. Lo que hiciera en Londres, no me importaba, porque no perjudicaba a Manderley. Durante los primeros años supo disimular cuidadosamente su conducta, y nadie sospechó nada ni remotamente; pero luego, poco a poco, fue abandonando las precauciones. Ya sabes lo que ocurre cuando un hombre empieza a beber. Al principio, no abusa, bebe todos los días, pero con cierta moderación, contentándose con una borrachera cada cinco o seis meses; pero pronto comienza a perder el dominio de sí mismo y bebe hasta embriagarse una vez al mes, cada quince días, todas las semanas, un día sí y otro no... Acaba por no poder resistir, y desaparece toda cautela. Eso fue lo que le ocurrió a Ryujin. Empezó a invitar a Manderley a sus amigos para follar. Al principio sólo era uno o dos, y mezclados entre los demás invitados pasaban inadvertidos. Luego, comenzó a dar meriendas en la casita de abajo. Una vez volví de una cacería en Escocia y me encontré con media docena de amigos aquí, gente a quien yo no había visto en la vida. La amonesté, pero se limitó a encogerse de hombros, y a decirme: «¿A ti qué diablos te importa?» Le dije que tuviera en Londres los amantes que quisiera, pero que Manderley era mío, y que tenía que cumplir lo pactado. Sonrió y no me respondió. Fue entonces cuando comenzó asechar al pobre Sehun, ¡a Sehun!, y su fidelidad y timidez le hicieron venir a decirme un día que se quería marchar de Manderley a buscar otra ocupación. Estuvimos discutiendo dos horas, aquí mismo, en la biblioteca, hasta que, al fin, comprendí lo que ocurría. Le acosé a preguntas y le obligué a confesarme lo que pasaba. Ryujin no le dejaba en paz ni a sol ni a sombra; iba a su casa continuamente, y siempre estaba invitandole a la casita de la playa ¡Pobre Sehun! ¡Tan bueno y honrado y fiel! Jamás se había figurado la verdad y nos creía un matrimonio normal y feliz, como nosotros aparentábamos serlo.

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora