XVIII parte 1

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Debí de quedarme dormido ya dadas las siete. Era completamente de día y las cortinas habían abandonado sus esfuerzos para detener el sol. La luz entraba a raudales por la ventana abierta, trazando arabescos en las paredes.

Oí cómo abajo, en la rosaleda, unos hombres recogían mesas y sillas y descolgaban las cadenetas de luces. El lado de la cama de Chanyeol continuaba desnuda y vacía. Estaba cruzado yo en la cama con los brazos sobre los ojos, en la postura menos a propósito para conciliar el sueño; pero, poquito a poco, fui deslizándome hacia el lindero de la inconsciencia, hasta, al fin, cruzarlo. Cuando desperté eran más de las once, y Wendy debía de haber entrado, sin que yo la oyera, para traerme el té, pues vi junto a mí una bandeja con una tetera helada; mis ropas estaban recogidas y el traje gris guardado en el armario.

Bebí aquel té frío, aún amodorrado y atontado tras el pesado sueño, para luego quedarme mirando a la desnuda pared que tenía enfrente. El lugar vacío dñe Chanyeol me volvió a mis sentídos, mientras mi corazón se agitaba descompasado, y toda la indecible angustia de la noche antes volvió a apoderarse de mí. No se había acostado. Allí estaban intactos el pijama. ¿Qué habría pensado Wendy cuando entró en el cuarto con el té? ¿Lo habría notado?, ¿Se lo habría dicho a los otros criados y lo habrían discutido todos, mientras tomaban el desayuno? No sabía por qué me preocupaban esas cosas, ni por qué la idea de la conversación de los criados me resultaba tan dolorosa. ¿Sería porque yo era así, mezquino, convencional, miedoso de las murmuraciones?

Por eso había bajado la noche antes con mi traje gris, en lugar de quedarme escondido en mi cuarto. El bajar no fue ni acto de valentía ni elogiable; fue, sencillamente, un necio tributo pagado a los convencionalismos.

No bajé por Chanyeol, ni por Yoora, ni por Manderley. Bajé... porque no quería que los invitados supusieran que me había peleado con Chanyeol. No quería que volviesen a sus casas diciendo: «Supongo que también tú has oído que no se llevan nada bien; se dice que él no es feliz.» Había yo bajado por mí, nada más, por mi propio orgullo.

Sorbía el té frío y pensaba que aceptaría vivir yo en un rincón de Manderley y Chanyeol en el otro, con tal que la gente no se enterara. Aunque su ternura para conmigo se hubíera agotado, aunque jamás volviera a besarme, ni nunca más me dirigiera la palabra, excepto para lo más imprescindible todo me creía capaz de aguantarlo si tuviera al mismo tiempo la seguridad de que nadie sino nosotros lo sabía. Si supiésemos sobornar a los criados para que callasen, hacer nuestro papel delante de la familia, delante de Yoora, aunque cuando quedásemos solos nos separásemos y lleváraramos dos vidas completamente aparte...

Me parecía, sentado en la cama, mirando a la pared, que lo más humillante, lo más vergonzoso que pueda haber, es un matrimonio que fracasa. Que fracasa a los tres meses como el mío. Porque ya no me hacía ninguna ilusión acerca del porvenir, ni me esforzaba en fingir. La noche anterior había sido demasiado elocuente. Mi matrimonio había sido un fracaso. Todo lo que la gente dijera, si llegaban a averiguar lo ocurrido, sería verdad.

No nos llevábamos bien, No congeniábamos. No éramos a propósito el uno para el otro. Yo era demasiado joven para Chanyeol, tenía demasiada poca experiencia de la vida, y lo que era peor, no era de su clase.

Aunque yo lo quería de una manera enfermiza, doliente, desesperado, como un niño o como, un perro, era igual.

No era el amor que él necesitaba.

Lo que él quería era algo que yo no podía ofrecerle, algo de que ya había gozado antes. Me acordaba de la presunción juvenil y casi histérica con que me había lanzado al matrimonio, imaginando que yo podría hacer feliz a Chanyeol, que había conocido antes una felicidad muy superior.
Hasta la señora Han, con su mezquino pensar y su ordinariez, comprendía que yo iba a cometer una equivocación.

«Me temo que te arrepentirás –me dijo–. Creo que vas a cometer un error.» No le quise hacer caso, y me pareció dura y cruel. Pero ella tenía razón. Siempre tenía razón. Hasta en aquella postrera puñalada que me dio al decirme adiós: «No supondrás que se ha enamorado de ti. Lo que le ocurre es que se encuentra solo. No puede aguantar aquella casona vacía.» Nunca dijo una verdad más grande.

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora