Toda aquella semana llovió e hizo frío, como ocurre con frecuencia en el oeste deInglaterra, a principios de verano y no volvimos a la playa. Veía yo el mar desde laterraza y desde los macizos de césped. Estaba plomizo y poco apetecible,alborotado por grandes olas, que llegaban arrolladoras hasta la bahía, luego depasar el faro del promontorio. Me las imaginaba hinchándose en el seno de la caleta, para luego romper estrepitosas contra la playa. Se oía desde la terraza el rumor del mar, allá abajo, bronco y amenazador. Un ruido apagado, tenaz, quenunca cesaba. Las gaviotas volaban tierra adentro, empujadas por el temporal.
Volaban en círculos por encima de la casa, girando y chillando, batiendo ruidosamente el aire con sus alas abiertas. Comencé a comprender por qué haygente que no puede aguantar el rugido del mar. Su música es triste y monótona, y su persistencia, su eterno atronar y mugir y silbar, desarrolla un tema atormentador para los nervios. Me alegré de que nuestras habitaciones estuvieran a sol saliente,
dando sobre la rosaleda, que se veía desde las ventanas. Algunas noches, desvelado, salía sigiloso de la cama, en medio de la noche silenciosa; me iba a la ventana y me quedaba allí, recostado sobre el alféizar, respirando el aire amable y tranquilo.No oía el inquieto mar, y porque no lo escuchaba eran mis pensamientos también apacibles. No vagaban por aquella senda escarpada que conducía a laplomiza caleta y a la casita abandonada. No quería pensar en aquella casita.
Demasiadas veces la recordaba durante el día. Su recuerdo me importunabacuantas veces veía el mar desde la terraza. Se presentaban de nuevo ante mí las manchitas azuladas de la vajilla, las sutiles telarañas, tejidas alrededor de los mástiles de los barquitos, y las mordeduras de las ratas en la tapicería del sofá.
Volvía a escuchar el rumor de la lluvia sobre el tejado. Y me acordaba también de Ten, con sus ojillos como rendijas mojadas y su sonrisa de cretino. Todo ello me inquietaba. Todo me dejaba desasosegado. Quería borrarlo de mi memoria y, al mismo tiempo, quería averiguar por qué me intranquilizaba y me hacía infeliz. Allá, en lo hondo de mis pensamientos, se movía lenta y solapadamente, aunque yo lo quisiera negar, haciéndome experimentar las vacilaciones. y la ansiedad del niño a quien se le ha dicho: «De eso no se habla; está prohibido.»No podía olvidar aquella mirada de Chanyeol, vaga, perdida, el día que volvíamos por la sombría senda a través del bosque, ni sus palabras: «¡Qué necio!, ¡qué necio he sido en volver! ¡Jamás debí pedirte matrimonio!¡Jamás debí de traerte aquí! » Yo tuve la culpa de todo, por haber ido a la otra caleta. Yo había abierto el camino que conducía al pasado otra vez. Y aunque Chanyeol se había recobrado, y, una vez más, estaba como antes, vivíamos juntos, comíamos, dormíamos, paseábamos, escribíamos cartas, íbamos al pueblo en coche...,pasando juntos todas las horas del día, yo sabía, no obstante, que se alzaba una barrera entre nosotros.
Al otro lado de aquel muro andaba él solo. Y yo no podía acompañarle. Llegó a apoderarse de mí un temor continuo de que una palabra dicha al azar, un giro, alparecer inofensivo, de cualquier charla, pudiera hacer volver a sus ojos aquella expresión. Rehuía toda mención del mar, pues del mar podíamos pasar a los barcos, a los náufragos, a la gente que se ahoga...Hasta Oh Sehun que estuvo a
comer un día, me hizo acongojarme temeroso, cuando dijo algo de las regatas de Kerrith, a cinco kilómetros de distancia. Miré fijamente mi plato, sintiendo una punzada en el corazón; pero Chanyeol continuó hablando con naturalidad, sin parecer dar importancia a la cosa mientras yo permanecía inmóvil, sudando de angustia, temblando de inquietud ante los posibles rumbos que pudiera tomar la conversación.Ocurrió cuando estábamos ya comiendo el postre; Jongdae se había marchado, y me acuerdo de que yo me levanté, fui al aparador y me serví otro pedazo de postre, que no quería, por no quedarme sentado en la mesa con ellos, escuchándolos; me puse a canturrear bajito para no oírlos.
Claro que todo aquello era una tontería, morbosa y estúpida; era conducirse como un enfermo neurótico y no como la persona contenta y feliz que yo era. Pero no lo podía remediar. No sabía qué hacer. Además, mi timidez y cortedad empeoraron, haciéndome callar cuando teníamos visita. Pues, recuerdo, durante aquellas primeras mañanas estuvieron llegando a vernos los conocidos que vivían en la comarca, y el recibirlos, el darles la mano y el esfuerzo de mantener la conversación durante media hora se convirtió en una prueba más dura de lo que en un principio me figuré, por ese miedo mío de que comenzasen a hablar de aquello que no se debía discutir. La agonía de oír las ruedas que se acercaban a la casa, el timbrazo luego, me hacían salir huyendo instintivamente hacia mi cuarto. Me pasaba un peine de prisa y corriendo, y llegaba el momento inevitable de oír la llamada en mi puerta, y ver luego las tarjetas de visita sobre la bandeja de plata.
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Tras la sombra [Chanbaek]
FanfictionBaekhyun con un marido al que apenas conoce, el joven esposo llega a este inmenso predio para ser inexorablemente ahogado por la fantasmal presencia de la primera señora de Park la hermosa Ryujin, muerta pero nunca olvidada. Su habitación permanece...