Llegó más gente para ver el barco. Aquello constituía la diversión de la tarde. No veía a nadie conocido. Eran todos veraneantes de Kerrith. El mar estaba tranquilo, como un espejo. Las gaviotas habían dejado de trazar círculos en el aire para posarse en el agua, cerca del barco. Durante la tarde llegaron más.
Aquel día los barqueros de Kerrith debieron de hacer un buen negocio. Subió el buzo y volvió a bajar. Uno de los remolcadores se fue, quedando el otro de guardia. El jefe del puerto de Kerrith se marchó en su gasolinera gris, llevándose algunos hombres con él y también al buzo, que había vuelto a salir. Los tripulantes del barco, apoyados en la barandilla, echaban migajas a las gaviotas, mientras los veraneantes bogaban calmosamente en sus barcas alquiladas. No pasaba nada. La marea fue bajando, dejando el barco fuertemente escorado y con la hélice al aire.Fue palideciendo el sol y aparecieron por poniente pequeñas nubecillas blancas.
Aún hacía mucho calor. La mujer del traje rosa se levantó y echó a andar, con el niño, camino de Kerríth, seguida del hombre de pantalones cortos, que llevaba el cesto de la merienda.
Miré el reloj. Ya habían dado las tres. Me levanté y bajé la cuesta de la playa, que estaba desierta y tranquila, como de costumbre. Los guijos tenían un color gris oscuro. El agua del pequeño puerto parecía, en su quietud, de cristal. Al cruzar la playa, crujieron los guijos bajo mis pies, con ruido rechinante. Las nubecillas que aparecieron por occidente se habían extendído por todo el cielo y escondieron el sol. Cuando llegué al otro extremo de la playita, vi a Ten, en cuclillas, junto a una poza entre dos rocas, cogiendo caracoles. Al pasar yo, cayó mi sombra sobre el agua, alzó Ten la cabeza y me vio.–¡Buenas! –dijo, trazando una sonrisa con su boca entreabierta.
–Buenas tardes –le contesté. Se puso en pie, abrió un sucío pañuelo que había llenado de caracoles, y me dijo:
–¿Le gustan los caracoles?
No quise desairarle, y cuando le di las gracias, me puso en la mano como hasta una docena de caracoles, que yo metí en los bolsillos de mí pantalón.
–Están muy ricos con pan y manteca. Pero antes hay que cocerlos.
–Bueno, está bien.
Estaba mirándome con su sonrisa estúpida.
–¿Ha visto la «motora»? –me preguntó.
–Sí; ha encallado, ¿verdad?
–¿Eh?
–Digo que ha encallado –repeti–. Probablemente tiene un agujero en el casco.
Quedó su cara sin expresión y estúpida.
–¡Vaya! ¡Un agujero! Allí abajo está. ¡No volverá!
–Puede que los remolcadores la puedan poner a flote cuando suba la marca.
No respondió. Estaba mirando fijamente en dirección de la «motora» encallada.
La veíamos de costado desde donde estábamos, con el casco pintado de rojo por debajo de la línea de flotación, resaltando, por comparación, con lo demás del casco, negro, y su única chimenea inclínada con graciosa coquetería hacia tierra.
Los tripulantes continuaban asomados a la borda, echando de comer a las gaviotas y mirando al mar. Las barcas de remos se alejaban hacia Kerrith.–Es holandesa, ¿verdad que sí?
–No sé; holandesa o alemana.
–Se hará cachitos ahí donde está.
–Me temo que sí.
Sonrió de nuevo y se limpió la nariz con el dorso de la mano.
–Se hará cachitos, poquito a poco. Esta no se hundirá como una piedra, como la otra. –Se rió socarronamente, mientras se hurgaba la nariz. Callé yo y continuó–: ¡Yo no he dicho nada! Ya se la habrán comido los peces, ¿verdad?
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Tras la sombra [Chanbaek]
FanfictionBaekhyun con un marido al que apenas conoce, el joven esposo llega a este inmenso predio para ser inexorablemente ahogado por la fantasmal presencia de la primera señora de Park la hermosa Ryujin, muerta pero nunca olvidada. Su habitación permanece...