XI parte 2

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-Pero no haría falta que usted hiciera nada. Su única obligación sería la de presentarse como es y ayudar así a embellecerlo todo.

-Muy amable, Sehun; pero me temo que ni siquiera eso sabría hacerlo bien.

-Pues yo creo que lo haría a las mil maravillas.

¡Pobre Sehun! ¡Siempre tan atento y considerado! Casi llegué a creerle, pero no me pudo engañar.

-¿Va usted a decir algo a Chanyeol acerca del baile? -le pregunté.

-¿Por qué no lo hace usted mismo? -respondió.

-No; no quiero hacerlo -dije yo.

Permanecimos en silencio. Ibamos andando camino de la casa. Ahora, ya
pronunciado el nombre de Ryujin, primero en casa del obispo, y luego a Sehun, sentía una extraña comenzón de continuar el camino emprendido. Me proporcionaba un curioso desahogo, y actuaba sobre mí como un estimulante.
Notaba que dentro de unos instantes iba a repetirlo.

-El otro día estuve en una de las playitas -dije-. La del rompeolas. Kasper se puso pesadísimo, ladrando a un pobre hombre con ojos de idiota.

-Sería Ten -dijo Sehun, ya con voz tranquila-. Siempre anda por la playa. Es un pobrecillo. No le tenga miedo. Es íncapaz de hacer daño a una mosca.

-No, si no me asustó. -Hice una pausa, y me puse a canturrear para cobrar ánimos. Luego continué con la voz más natural del mundo-. Aquella casita se va a destrozar. Tuve que entrar en ella para buscar una cuerda con que atar a Kasper, y encontré todos los utensilios mohosos y los libros estropeándose. ¿Por qué no se hace algo para remediarlo? Parece una lástima.

Sabía que no me contestaría inmediatamente. Se agachó, y comenzó a atarse el cordón de su zapato. Yo hice como que examinaba una hoja del seto.

-Supongo -dijo, aún atándose el zapato- que si Chanyeol quisiera que se hiciera algo, me lo diría.

-¿Son aquéllas las cosas de Ryujin? -pregunté.

-Sí.

Tiré la hoja y arranqué otra, dándole vueltas entre los dedos.

-¿Para qué usaba la casita? -pregunté- Está todo amueblado. Desde fuera creí
que era sólo un sitio para guardar una lancha.

-Eso era al principio -respondió, y de nuevo noté en su voz que hablaba forzado, como si el asunto le fuera desagradable- Luego, ella la reformó tal como está, con muebles y vajilla...

Me sorprendió que, al referirse a Ryujin, la llamase «ella» y no por su nombre, como me hubiera parecido natural.

-Y ¿usaba mucho la casita?

-Sí, mucho. Daba convites en la playa a la luz de la luna, y... ¡qué sé yo!

Ibamos andando el uno junto al otro; yo todavía canturreando.

-¡Qué buena idea! Esos convites a la luz de la luna tienen que haber sido muy divertidos. ¿Estuvo usted alguna vez? -dije animadamente.

-Una o dos veces.

Hice como si no notara el tono de su voz, lo reacio que se mostraba al hablar de estas cosas.

-¿Y por qué hay una boya en medio de la caleta?

-Allí solía estar amarrado el yate:

-¿Qué yate?

-El suyo.

Se apoderó de mí una excitación extraña. No tenía más remedio que seguir preguntando. Sehun no quería hablar de aquello. Eso ya lo sabía, pero aun sintiéndolo por él y aun avergonzándome de mí mismo, tenía que continuar; no podía callar ya.

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora