XVI. parte 2

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Comenzaron los preparativos para el baile. Al parecer, todo lo iban a hacer en la oficina de la administración de la finca. Sehun y Chanyeol se reunían allí todas las mañanas. Tal y como Sehun había dicho, yo no tenía que calentarme la cabeza acerca de nada. Y creo que no llegué a pegar un sello. Comenzó a inquíetarme el asunto de mí traje. Era verdaderamente una tontería que no se me ocurriese nada.

No hacía sino pensar en toda la gente que iba a asistir a la fiesta, gente de Kerrith, gente de la comarca, la mujer del obispo, que tan bien lo había pasado la última vez; Yoora, Seungho, la pesada lady YangZi y mucha gente que yo no conocía, que jamás me había visto... y todos tendrían algo que decir, algo que criticar acerca de lo que yo decidiera al fin. Ya desesperado, me acordé de los libros que Yoora me mandó como regalo de boda, y una mañana me senté en la biblioteca, pasando las páginas, una a una, como sí aquello fuera mí última esperanza, mirando grabado tras grabado con una especie de furia. Nada parecía anpropósito. Todo era demasiado complícado y presuntuoso: trajes riquísimos de terciopelo, seda y otros.

Cogí una hoja de papel y llegué a copiar un par de ellos, pero no me gustaron y tiré los dibujos al cesto de los papeles, aburrido, sin volver a pensar en ellos.
Aquella noche, cuando me estaba vistiendo para cenar, llamaron a la puerta de mi cuarto, y creyendo que fuera Wendy, dije:

–¡Adelante!

Se abrió la puerta. No era Wendy. Era la señora Hyeyoung, con un papel en la
mano.

–Perdone señor que lo moleste –me dijo–; pero no estoy segura sí usted tiró a propósito estos dibujos. Me traen siempre todos los papeles de los cestos para comprobar que no se pierde por descuido alguna cosa de interés. Me ha dicho Luhan que encontró esto en el cesto de la biblioteca.
Me quedé frío cuando la vi, y durante unos momentos ni hablar pude. Me mostró el papel. Eran los apuntes que había hecho aquella misma mañana.

–No, señora Hyeyoung –dije, pasado un instante–; puede tirarlos. Es sólo un apunte. No me hace falta.

–Está bien. Me pareció mejor preguntar personalmente, para evitar una equivocación.

–Sí, sí, naturalmente.

Creí que daría media vuelta y se marcharía; pero no, allí se quedó, en pie junto a la puerta.

–Entonces... –dijo–, ¿no ha decidido usted lo que va a ponerse?

Tenía su voz un tonillo de burla; una ligerísima traza de satisfacción. Supuse que, Dios sabe cómo, se había enterado de mis conversaciones con Wendy.

–No. Aún no lo he decidido.

Continuó observándome, con la mano sobre el picaporte.

–Podría usted copiar uno de los cuadros de la galería –dijo.

Hice como que estaba limándome las uñas. La verdad era que las tenía demasiado cortas y quebradizas; pero así, al estar, haciendo algo, no tenía que mirarla.

–Sí, puede que lo haga –dije.

Y, verdaderamente, pensé por qué no se me habría ocurrido antes. Era una clara y buena solución a mi perplejidad. Pero no iba yo a dárselo a entender, y continué limándome las uñas.

–Todos los cuadros de la galería podrían dar idea para un dísfraz –dijo la señora Hyeyoung –, y especialmente el de la señora que está retratada con un vestido Azul marino, y el sombrero en la mano. Me extraña que el señor no disponga que el baile sea de trajes de una sola época, con todo el mundo vestido más o menos de la misma manera. Nunca me ha parecido bien ver a un payaso bailando con una señora de peluca empolvada y lunares postizos.

–Hay a quien le gusta la variedad, por resultar todo más ameno.

–Personalmente, no me gusta –dijo la señora Hyeyoung.

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora