XX parte 1

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No se oía ni un ruido en la biblioteca, excepto el que hacía Kasper. Seguramente se había clavado una espina, pues no dejaba de lamerse la pata. Luego oí el reloj de Chanyeol, pegado a mi oído. Ruidos corrientes, ruidos iguales que los de cualquíer otro día, que no sé por qué me trajeron a la cabeza un estúpido refrán de mis tiempos de colegio, que decía: «Tiempo y mareas, a nadie esperan». Pero sus palabras se repetían dentro de mi cabeza, una y otra vez: «Tiempo y mareas, a nadie esperan».
Estos eran los únicos ruidos que se oían en la biblioteca; el tictac del reloj de Chanyeol y Kasper, que se lamía una pata, tumbado en el suelo junto a mí.

He oído decir que cuando se recibe un golpe violento, una herida mortal, o cuando nos arrancan un miembro, al príncipio no se nota nada. Si le cortan a uno una mano, no se entera durante algunos minutos de que la ha perdido, y sigue creyendo notar los dedos. Cree estirar la mano, teclear con los dedos y estirarlos uno a uno, y sigue uno sin darse cuenta de que ya no tiene ni mano ni dedos.

Estaba yo de rodillas junto a Chanyeol, mi cuerpo contra su cuerpo, ni miedo, ni horror. Nada. Estaba pensando en que tenía que sacarle la espina a Kasper y preguntándome si Luhan se llevaría pronto el servicio del té. A mí mismo me pareció extraordinario estar pensando en tales cosas: la pata de Kasper, el reloj de Chanyeol, Luhan y el té, y me avergonzó no sentir más emoción ni preocupaciones.

Pero poco a poco, me dije, acaso dentro de un rato, me volverían los sentidos y lo comprendería todo. Lo que me acababa de decir y cuanto había ocurrido, cada cosa se colocaría en su sitio, como las piezas de un rompecabezas, para formar un cuadro comprensible. Pero, por el momento, como si no tuviera corazón, ni cabeza,
ni sentidos. Como si fuese un muñeco de madera que Chanyeol tuviera en sus brazos.

En esto comenzó Chanyeol a darme besos y más besos. Nunca me había besado así. Me sujetó las mejillas con las manos y cerré los ojos.

–¡Te quiero y amo tanto! –murmuró–. ¡Tanto!

Día tras día, noche tras noche, había estado yo esperando oírle decir eso. Y ¡al fin!, me lo estaba diciendo. Había esperado que me lo dijera en Montecarlo, en Italia, en Manderley... Pero lo estaba diciendo ahora.

Entreabrí los ojos y vi un pedacito de cortina por encima de su cabeza. Continuó besándome, con locura, con desesperación, repitiendo mi nombre. Seguía mirando el mismo pedacito de cortina, y noté que estaba más pálido que la pieza de arriba, por haberlo descolorido el sol.

«¡Qué tranquilo estoy! –me dije–. ¡Qué sereno! ¡Estoy mirando un pedazo de
cortina, mientras Chanyeol me besa y me dice, por primera vez, que me ama!»

De repente, dejó de besarme, me apartó de sí y se levantó del banco.

–¿Ves? Tenía yo razón –me dijo–. Es demasiado tarde. Ya no me quieres. ¿A santo de qué ibas a quererme ahora?

Se alejó, quedándose de pie delante de la chimenea. Luego continuó hablando:

–Olvidemos lo ocurrido ahora mismo. No volveré a besarte.

Una ola de comprensión me ínundó al punto, y me saltó el corazón en el pecho, preso de un terror páníco y repentino:

–¡No! ¡No! ¡No es tarde! –dije rápidamente, y levantándome fui hacia él y le eché los brazos al cuello– ¡No lo digas! No comprendes. Te quiero más que a nada en el mundo. Pero cuando me besaste perdí la cabeza. Me quedé... aturdido, atontado. No sentía nada. No pude comprender lo que me pasaba. Me quedé como si hubiese perdido los sentidos.

–No me quieres. Por eso no sentiste nada. Lo sé y lo comprendo. He llegado demasiado tarde para ti, ¿verdad?

–¡No!

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora