XXII parte 2

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(maratón 2/5)

–Sí, señor –respondió–. Yo me encargué de arreglar el barquillo de la señora
De Park. Era un barco de pesca francés. La señora lo compró poco menos que de balde en Bretaña, y lo trajo luego aquí, encargándome que lo decorara y convirtiera en un yate de recreo.

–¿Estaba el barco en condiciones de hacerse a la mar? –dijo el Juez.

–Lo estaba cuando yo lo revisé, el pasado abril. La señora De Park solía mandarme el barquito en el mes de octubre, para guardarlo. En marzo me mandó que lo preparase, como de costumbre, y así lo hice. Este fue el cuarto año que usó el barco desde que yo lo transformé.

–¿Sabe usted si el barco había volcado alguna vez?

–No, señor. La señora me lo hubiera dicho, y la verdad es que estaba encantada con él por todos conceptos, a juzgar por lo que me decía.

–Supongo que sería difícil de manejar, ¿no?

–Verá usted, señor; no voy a negar que hay que andar con cuidado cuando se sale al mar en un barquito de vela. Pero el barco de la señora De Park no era un barquichuelo de esos llenos de trucos y caprichos, que no se les puede dejar un momento, como algunos que se ven en Kerrith. Estaba bien construido, y era muy marinero, capaz de aguantar mucho viento. La señora De Park lo había manejado sin dificultad, con el mar mucho más picado que aquella noche. ¡Si apenas soplaban algunos golpes de viento de cuando en cuando! Eso es lo que yo digo, y lo que he dicho siempre, que no entiendo cómo pudo zozobrar el barco aquella noche.

–Pero, vamos a ver. Si suponemos que la difunta bajó al camarote en busca de un abrigo, como se cree, un golpe de viento que soplase de tierra de repente, ¿no sería bastante para volcar el barco?

–No; yo creo que no.

–Bueno; sin embargo, eso es lo que ocurrió, sin duda –dijo el Juez–. No creo que ni el señor De Park ni ninguno de nosotros queramos insinuar que usted haya tenido la culpa del accidente, por no haber hecho bien el trabajo que se le encomendó. Usted nos dice que al empezar la temporada preparó el barco y que lo dejó en condiciones. Eso es lo único que quería saber. Por desgracia, la difunta tuvo un momento de descuido, que le costó la vida, al hundirse el barco con ella dentro. Ya le digo que nadie pretende culparle a usted.

–Perdóneme, señor –dijo el armador–; pero la cosa no es tan sencilla como parece. Y si usted me lo permite, quisiera añadir algo.

–Perfectamente. Puede continuar.

–Pues verá usted, señor. Cuando el año pasado ocurrió lo que ocurrió, no faltó quien dijera cosas poco agradables acerca de mí: que yo tenía la culpa de que la difunta hubiera salido en un barco podrido y viejo, que si patatín, que si patatán. De resultas, perdí dos o tres encargos. No había derecho; pero el barco, hundido estaba, y no pude hacer nada para disculparme. Mas ahora ha encallado el barco ése, y se ha encontrado y puesto a flote el de la difunta. Ayer, aquí, el señor capitán Saint me dio permiso para examinarlo, y así lo hice. Quería yo convencerme a mí mismo de que cuando entregué el barquito ese estaba en regla, y fui a verlo, aunque ya llevaba hundido más de doce meses.

–Me parece muy natural, y espero que se convenciera usted de que había hecho bien el trabajo –dijo el juez.

–Sí, señor. El trabajo estaba bien hecho. Lo estuve examinando a bordo de la chalana, donde lo había puesto el señor capitán Saint. Al hundirse, quedó descansando sobre un banco de arena. Esto se lo pregunté al buzo, que me dijo que sí. No había tocado contra ningún escollo. La escollera estaba a más de metro y medio de distancia. El barquito había estado descansando sobre arena todo este tiempo, sin que le tocara ninguna roca.

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora