XXVII

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Nos quedamos parados junto a los coches, y durante algunos minutos ninguno pronunció una palabra.
El coronel sacó una pitillera y nos ofreció un cigarrillo. Bogum estaba pálido y abatido. Noté cómo le temblaba la mano en que sostuvo la cerílla para encender el cigarrillo. Dejó de tocar el cojo del organillo y vino renqueando hacia nosotros, gorra en mano. Chanyeol le dio dos chelines. Entonces el cojo volvió hacía el organillo y comenzó a tocar otra pieza. En el campanario de la iglesia dio las seis un reloj.
Bogum comenzó a hablar, con tono indiferente, como quien no da importancia alguna a lo que está diciendo, pero aún estaba pálido. No nos miraba. Tenía la vista fija sobre su cigarrillo, al cual daba vueltas entre los dedos.

–Eso del cáncer... ¿es contagioso?

Nadie le contestó, y el coronel se encogió de hombros.

–Yo no tenía la más remota idea –continuó Bogum hablando a trompicones–. No se lo dijo a nadie; ni siquiera o Hye. ¡Es terrible! ¡Quién lo hubiera pensado de Ryujin! ¿Quieren ustedes beber algo? No niego que saber esto me ha causado una impresión tremenda. ¡Cáncer! ¡Qué barbaridad!

Se apoyó contra el coche y miró, haciendo pantalla con la mano.

–¿No hay nadie que le diga a ese tío del organíllo que se calle?

–Me parece más sencillo que seamos nosotros los que nos vayamos. ¿Podrás conducir o quieres que el señor coronel lleve el coche? –le dijo Chanyeol.

–Esperad un minuto a que me reponga. Tú no comprendes lo que esto me ha impresionado. ¡Es terrible! ¡Es abominable!

–¡Vamos! ¡Haga un esfuerzo, hombre! –dijo el coronel–. Si quiere tomar algo, vuelva a la casa y pídalo al médico. Seguramente tendrá algo para los nervios. Pero no nos dé el espectáculo en mitad de la calle.

–¡Claro! Ahora todos ustedes están encantados –dijo Bogum mirando fijamente a Chanyeol y a Kang–. Ya se acabaron las preocupaciones. Chanyeol ya está a salvo. Ya han encontrado el motivo del suicidio, y Hyuk les mandará las pruebas, libres de gastos, en cuanto se las pidan. Ahora, el señor coronel podrá cenar en Manderley todas las semanas, orgullosísimo de sus amigos. Probablemente, Maxim le pedirá que sea padrino del primer niño.

–¿Quiere usted que nos vayamos? –preguntó, disgustado, el coronel a Chanyeol–. En el camino podemos decidir lo que vamos a hacer.

Abrió Chanyeol la portezuela del coche y subió el coronel. Yo me senté delante, en mi sitio. Bogum aún continuaba apoyado contra el coche, y el coronel le dijo:

–Lo mejor que puede usted hacer es marcharse a casa ahora mismo. Y despacio, no sea que vaya a parar a la cárcel por atropellar a alguien. Como no pienso volver a verle, quiero avisarle que, como magistrado que soy, tengo determinados poderes y que no dudaré en valerme de ellos si se le ocurre aparecer por Kerríth. La profesión de chantajista no es recomendable. Y le aseguro que por aquellas tierras sabemos lo que hay que hacer con los que la adoptan, aunque esto pueda extrañarle.

Bogum estaba mirando a Chanyeol. Le había vuelto el color a la cara, y una vez más, apareció en ella la odiosa sonrisa.

–¡Qué suerte has tenido, Yeol! –dijo, hablando muy despacio–. Ya crees que has ganado la partida, ¿no? Pero aún puede alcanzarte la ley.

Chanyeol dio la vuelta a la llave del motor, y dijo:
–¿Tienes algo más que decir? Porque más vale que lo digas de prisa.

–No; no os detengo más. Vete.

Y dio un paso atrás, quedando en pie sobre la acera, todavía sonriente, arrancó el coche. Cuando doblamos la esquina miré hacia atrás y le vi mirándonos. Nos dijo adiós con la mano y se echó a reír.
Continuamos callados durante un rato, y luego habló el coronel:

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora