XVII. parte 2

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No fui a cerrar la ventana. Permanecí allí unos momentos, tiritando bajo mi tenue traje, escuchando el mar que suspiraba al alejarse de la playa. Luego, rápidamente, cerré la puerta del ala de poniente y volví a la escalera pasando por debajo del arco.
El ruido de las voces era más fuerte que antes. La puerta del comedor estaba abierta. Estaban saliendo de cenar. Vi a Luhan junto a la puerta y oí el ruido de sillas que se mueven, el confuso barullo de las conversaciones. Y unas risas.

Comencé a bajar lentamente la escalera, saliéndoles al encuentro.
Cuando quiero hacer memoria de mi primera fiesta en Manderley, la primera y la última, sólo recuerdo cosas aisladas y sin importancia, que resaltan del confuso y vasto cuadro de aquella noche. Un cuadro de fondo vago, un mar de caras desdibujadas, ninguna de las cuales me era conocida, el lento zumbido de la orquesta, que matraqueaba un vals interminable.

Las mismas parejas pasaban continuamente, en rotación, con las mismas sonrisas cuajadas. A mí, inmóvil junto a Chanyeol, al pie de la escalera, para dar la bienvenida a los rezagados, las parejas de bailarines me parecían marionetas que girasen y se retorciesen pendientes de hilos sostenidos por una mano invisible.
Recuerdo a una señora, cuyo nombre nunca supe y a quien jamás volví a ver.
Llevaba un vestido de color salmón, con aros que formaban una especie de miriñaque, vago recuerdo de algún siglo pasado, que no pude saber si era el XVII, el XVIII o el XIX, Cada vez que pasaba coincidía con un meloso acorde de la música, que la hacía encogerse inesperadamente para luego ponerse de puntillas, y cada vez que lo hacía me dedicaba una sonrisa. Esto ocurrió una y otra vez, hasta resultar monótono. Igual que en esos paseos que se dan a bordo de un barco, cuando nos encontramos siempre con la misma gente que hace ejercicio como nosotros, y al verlos sentimos la seguridad más absoluta de que luego nos volveremos a cruzar con ellos al llegar al puente.

Parece que la estoy viendo, con los dientes protuberantes, un alegre rosetón de rouge sobre los pómulos, muy pronunciados, y sonriendo vacua y felizmente, aprovechando hasta el máximo la diversión de la noche. Más tarde la vi junto a la mesa del ambigú, buscando comida con ojos sagaces, colmando un plato de salmón, langosta y mahonesa, para retirarse luego a un rincón.

También me acuerdo de lady YangZi. Estaba imponente vestida de púrpura, disfrazada de Dios sabe qué personaje romántico de la Historia, puede que María Antoníeta, y puede que Nell Gwyne, cualquiera lo sabe, o acaso una combinación exótica de las dos, sin dejar de exclamar con chillidos más agudos que de costumbre, debido al champaña que había bebido: «Esto, esto me lo tienen ustedes que agradecer a mí, no a los De Park.»
Recuerdo que a Luhan se le cayó una bandeja de helados, y la expresión de la cara de Jongdae al darse cuenta de que el culpable había sido Luhan y no uno de los criados tomado para aquella noche. Me hubiera gustado llegarme a Luhan, colocarme detrás de él y decirle: «Ya sé, ya sé lo que sientes, ¡pobre!; yo he hecho esta noche algo peor.» Aún noto tirantez en la piel al recordar mi sonrisa forzada, invariable, que tan mal papel debía de hacer al lado de mis ojos entristecidos.

Veo a Yoora a la buena, a la terrible Yoora, desconocedora del significado de la palabra tacto, observándome al pasar en brazos de su pareja, dándome ánimos con ligeros movimientos de cabeza acompañada del tintineo de sus pulseras, mientras el velo se le escurría continua e inevitablemente de la frente, sudorosa. Y me imagino a mí mismo, arrastrado alrededor del hall, una y otra vez, en un baile terrible con Seungho, quien con bondad perruna y buen corazón no aceptaba mis negativas, sirio que se mostraba empeñado en conducírme por entre la ruidosa muchedumbre, igual que acostumbraba a guiar uno de sus caballos, en los puntos de reunión de jinetes, durante una cacería de zorros. Le oigo decírme: «Es bonito ese traje que llevas. Todos los demás, a tu lado, están absolutamente grotescos», y yo le agradecía aquel símpático rasgo de cariño, tan sincero, pues el pobre Seungho se creía que yo lamentaba no haberme puesto mí precioso traje azul, que yo estaba preocupado por mi aspecto, que todo aquello me importaba.
Sehun me trajo un plato de pollo con jamón, que no pude comer, y luego una copa de champaña, que no pude beber.

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora