VII parte 2

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Me repantigué en el sillón, mirando alrededor del cuarto, tratando de adquirir confianza en mí misma, de darme cuenta de que, en efecto, estaba en Manderley la casa de la tarjeta Postal, el tan famoso Manderley.

Tenía que persuadírme a mí mismo de que todo era mío, tan mío como suyo: el hondo sillón en que estaba sentado, aquellas filas de libros que llegaban hasta el techo, los cuadros de las
paredes, los jardines, los bosques, el Manderley acerca del cual tanto había leído; todo era mío, porque me había casado con Chanyeol.
Allí nos haríamos viejos juntos, allí nos sentaríamos a tomar el té cuando lo
fuéramos, Chanyeol y yo, con otros perros, hijos de éstos, y en la biblioteca se respiraría el mismo perfume añejo de aquellos momentos. La habitación conocería una época gloriosa de desorden y destrozos cuando los chicos fueran niños – nuestros hijos–, y los veía tumbados en el sofá, con las botas sucias de barro, trayendo cañas de pescar, palas de cricket, navajas de muelle y arcos y flechas. Encima de la mesa, hoy ordenada y reluciente, habría una fea caja llena de mariposas y saltamontes y otra con huevos de pájaros envueltos en algodón.

–No me traigáis aquí esas porquerías –diría yo–; llevadlas a vuestra leonera,
hijitos –y saldrían corriendo, dando voces, menos el más pequeño, que se quedaría jugando solo, más tranquilo que los otros.

La puerta, al abrirse, interrumpió mi sueño y, entró Jongdae, seguido del criado, para llevarse el servicio. Cuando se lo hubo llevado, me dijo:

–Señor, pregunta la señora Hye si le gustaría al señor ver sus habitaciones.

Levantó Chanyeol la cabeza, interrumpiendo la lectura de sus cartas, y dijo:

–¿Qué tal han quedado las habitaciones?.

–Han quedado muy bien, señor, es mí opinión; los obreros ensuciaron mucho, como era de esperar, mientras estuvieron trabajando. Hubo un momento en que la señora Hyeyoung temió que no iban a estar listas para cuando vinieran los señores.
Pero terminaron el lunes pasado. Yo creo, señor, que los señores estarán muy cómodos allí, Aquella parte de la casa tiene más sol.

–¿Has hecho obras? –pregunté.

–Nada de importancia –respondió Chanyeol lacónicamente–. He mandado a decorar de nuevo y pintar las habitaciones de la parte este, que pensé podríamos usar nosotros. Como dice Jongdae, esa parte de la casa es mucho más alegre, y tiene una magnífica vista de la rosaleda. En tiempos de mi madre estaba destinada a los invitados. Mira, yo voy a acabar con estas cartas y luego subiré contigo. Vete tú ahora a hacerte amigo de la señora Hye; es la ocasión.

Me levanté despacio, y volví a sentirme nervioso cuando salí al hall. Hubiera
preferido esperarle y haber visto las habitaciones cogido de su brazo. No me gustaba ir solo con la señora Hyeyoung. ¡Qué grande parecía el hall vacío! Resonaban mis pisadas sobre las losas, despertando el eco del techo y me pareció feo hacer tanto ruido como quien llega tarde a la iglesia, azorado, notando que interrumpe a los demás. Mis pisadas resonaban estúpidamente, y pensé que Jongdae, con sus suelas
de fieltro, debía reírse de mí.

–¡Qué grande! ¿Verdad? –dije con demasiada animación, forzadamente, como si todavía fuera un colegial.
Pero él me contestó con gran solemnidad:

–Sí, señor; Manderley es muy grande. No tan grande como otras cosas,
naturalmente; pero es bastante grande. En los tiempos antiguos éste era el salón de los banquetes. Aún se usa en las grandes ocasiones: una cena de gala o un baile. Sabrá el señor que se admite al público a ver la casa una vez a la semana.

–Sí –dije, dándome cuenta de mis ruidosos pasos, según le seguía, y notando que él me hablaba como probablemente lo hubiera hecho con un visitante extraño, y que yo, por mi parte, me conducía como tal, mirando a uno y otro lado, observando los trofeos y los cuadros de las paredes, tocando la tallada balaustrada de la
escalera.

Tras la sombra [Chanbaek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora