Un recuerdo me da escalofríos.
Era una noche de invierno en la que mi padre, un coronel de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, iba a recibir un reconocimiento por su destacada labor al comandar una operación de rescate de veintiséis personas que fueron secuestradas en El Puente de Brooklyn. Era la noticia en el país y el orgullo para su organización.
Mi madre, Colin y yo viajamos desde California para estar en la ceremonia. Había medios de comunicación por todos lados, soldados del ejército vestidos impecables, mesas largas con manteles blancos, arreglos florares, sillas puestas unas tras otras en un campo abierto y en el centro la bandera flameando. Adelante estaba el podio donde el Presidente hablaría. Atrás, estaban las pistas de aterrizaje y a un lado estaban los aviones, helicópteros y varios Jeep del ejército.
Mi padre estaba impecable de pies a cabeza. Varias insignias le brillaban en el pecho. Mientras caminábamos, me daba toques en la espalda para que camine derecha porque, según él, los demás lo miraban mal por tener mal criados sus hijos. Yo le hacía caso, pero cuando me olvidaba, me abrazaba, me pasaba las manos por los cabellos y me susurraba.
—No me hagas quedar mal, Tarah —le sonreía al público cuando lo miraban—. Camina derecha o cuando lleguemos a casa, te voy a romper una tabla en la espalda hasta que aprendas a obedecerme.
—No, papá —le suplicaba. Ya lo había hecho antes y me dolía hasta el alma.
—Entonces, hazme caso y deja de hacer todo mal. Siempre arruinas todo.
El recuerdo se arremolina y se conecta con otro.
Estoy en la escuela. Tengo doce años.
Ese año Colin y yo estudiábamos en Nueva York a petición de mi padre.
En el salón de clases, Derek era un niño mayor que siempre me molestaba. Había ocasiones en las que escondía mi almuerzo o ponía letreros en mi casillero donde se leía: Perdedora. Fea. Loca. Una mañana, mientras yo caminaba por los pasillos, él me levantó la falda. Todos se rieron, se burlaban de mí, me avergonzaron. Él celebraba lo que había hecho, del hazme reír en el que me convirtió, así que, cegada por la ira y por los constantes ataques, arremetí contra él y lo empujé. Rodó escaleras abajo.
Lejos de ayudarlo, corrí asustada a esconderme en los baños y lloré, hasta que llegó la directora y mi padre. Me suspendieron como si yo fuera la culpable y enviaron ese documento al trabajo de mi padre para que me quitaran la beca.
Cuando mi padre me llevó a casa, le expliqué de muchas formas del constante abuso que sufría.
—Me avergüenzas. Ahora en mi trabajo todos saben que tengo una hija como tú —dijo enojado—. No sabes controlar tus emociones. Eres impulsiva.
Se sacó el cinturón y me molió a golpes.
Los recuerdos se van poco a poco cuando Malcom me habla, sin embargo, me dejan un aguijón en el corazón. Me levanto y voy hasta mi moto, luego el quejido de Malcom me recuerda que necesita ayuda. Encierro a mis demonios y lo ayudo a levantarse. La sangre le ha manchado los pantalones. Como puede, hace un esfuerzo y manejamos hasta mi departamento.
Para mi calma, Gavin abre la puerta. Suspiro al verlo, pues uno de los asesinos escapó y puede ser que vuelva.
—¿Qué le pasó? —pregunta, alarmado.
—¡Ayúdame y deja de preguntar!
Mi amigo le sirve de apoyo y lo lleva hasta el baño. Mientras camina, va dejando gotas de sangre en el mármol. Lo sentamos en el inodoro y le pido a Gavin que vaya por algún botiquín. Cuando él sale, me acuclillo y le levanto la cara a Malcom. Está pálido y tiene los ojos a medio cerrar.
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El traidor ✔️
Ficțiune științifico-fantastică[Primer libro de la bilogía "El traidor"] Mataron a su hermano, ahora buscará venganza. ••• Las Américas, lo que antes era Estados Unidos, se ha convertido en la potencia mundial después de someter a varios países y proclamarlos como suyos. Tarah, c...