2.2 - La gata y el ratón

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Frente a mí, enfundada en una impecable gabardina negra, enigmática y elegante a pesar de lo simple de su apariencia, una figura demasiado pequeña para ser amenazadora se extendía sobre la noche

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Frente a mí, enfundada en una impecable gabardina negra, enigmática y elegante a pesar de lo simple de su apariencia, una figura demasiado pequeña para ser amenazadora se extendía sobre la noche. Sobre el hombro sostenía una tabla de madera que pronto identifiqué como mía. Unos guantes del mismo carmesí que sus labios lo sostenían, contrastando su limpio color con el óxido en los clavos. Le había crecido el cabello lo suficiente como para trenzárselo en la espalda, dejando visible un rostro sereno y de natural encanto. Su sonrisa ladeada, vanidosa y oscura como de siniestra vampiresa, cazó mi atención más de lo que me habría gustado admitir. Tenía ese efecto en las personas; un gesto que le pertenecía entero a su persona y desprendía una irritante arrogancia. 

—Llegué de Italia hace algunas horas. ¿Sabes qué fue lo primero que me dijeron? 

Mantuve el silencio. Dejó caer el viejo palo y lo usó para apoyarlo, con irónica delicadeza, debajo de mi mentón. Usó la punta de un clavo para obligarme a alzar más la cabeza, a lo que obedecí con asquerosa sumisión.

—Que alguien armó un desastre en mi ciudad. —Dio vuelta el palo hasta que sentí los bordes oxidados rasgarme la garganta—. Mataron a seis de mis policías y los hicieron volar en sus patrullas, en mi ciudad —repitió, presionando más.

—¿Por qué crees que soy yo? —pregunté con la voz rota por el previo ataque.

Me habría atrevido a decir que disfrutó de ese instante en que traté de tomarle el pelo.

—Uno de ellos murió por el ataque de un perro, las patrullas literalmente explotaron... —Se inclinó un poco, para enfatizar lo siguiente mientras presionaba los clavos hasta el punto en que sentí que me perforarían la garganta—, y nunca imaginarías con qué las destrozaron.

—Eso no pueden saberlo —repliqué. Gozó de lo mucho que me costó hacerlo.

—Yo no soy estúpida.

Agitándolo en el aire, como un juguete, lo inspeccionó. Se quitó la suciedad de encima como si llevara cualquier prenda barata. Sabía que nunca le había importado mancharse las manos de tierra o sangre. Tocó el óxido en los bordes con el cuero para sentir el filo y lo meció en el aire.

—Ves mucha televisión —comentó—. ¿De dónde sacaste esto? ¿De una película de gángters?

—¿Qué te importa?

Un escupitajo voló hasta sus botas con la frase, llevando un rastro de sangre consigo.

—No me importa lo que hagas con tu vida, por mí puedes morir en una esquina. Un problema menos —dijo, con una honestidad sorprendente—. Pero esto no se trata de tu vida, es sobre los problemas que me traes a mí, ¿capisci?

—Si no querías problemas te hubieras quedado en Italia.

Soltó un melodramático suspiro.

—Lo sé, lo sé... Pero hay lugar como el hogar.

Alas de kerosenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora