11 - Caer es fácil cuando tu mente es débil

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La voz de papá reverberaba en mi cabeza cada vez que miraba a Liz

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La voz de papá reverberaba en mi cabeza cada vez que miraba a Liz.

«¿Qué estás haciendo? ¿Por qué te llevaste a tu hermana a un lugar como ese? ¿En qué estabas pensando?», repetiría pasando del español al alemán, al italiano y a otros idiomas de los cuales solo insultos había aprendido. El mayor misterio era lo que decía en japonés. Sospechaba que sus insultos en japonés eran los peores.

No le importaría si hubiese decidido ir sola, pero desde el momento en que mamá decidió que Liz tenía que acompañarme supe que sería desastroso. Estaba allí porque deseaban darle alguna actividad y vigilar a "Cero" era perfecto para ella.

La figura de mi hermana estaba hecha de arcilla. Papá la formaba a su gusto; estudiaría historia, entraría en la escuela militar, iría a misa los domingos. No saldría, no tendría amigos, amoríos, aventuras. Nada fuera de sus deberes.

Sobre todo, nunca debía ingerir algo que afectara en lo más mínimo su cerebro. Papá enloquecería si Liz bebiera una miserable gota de alcohol, ni hablar de lo que me pasaría a mí por arrastrarla a ese lugar.

Yo misma me estaba mareando con tanta droga en el aire. O podía ser un ataque de pánico. O ambos.

Liz había crecido incorporando esas directrices de tal manera que no solo obedecía, ella misma pensaba que no deseaba más de lo que papá le permitía u ordenaba. Por eso ni siquiera se planteó objetar nada cuando vio la cantidad de drogas que rondaban por Glenn's; tenía una orden y la cumpliría; seguirme.

«¿Cuándo te convertiste en una prisionera?».

Me gruñí a mí misma que siempre lo fui.

Al fondo del sótano la gente usaba cajas y bancos viejos para sentarse. Habían decorado con luces de navidad para disimular lo mal que estaba el sitio. En una hora se había llenado de gente a un punto en que la cabeza me daba vueltas por el calor y la droga flotante. Donde fuera, no había manera de evitar la marihuana exhalada.

Estando bajo tierra se sentía la vibración de la música en las paredes, incluso si era apenas audible por los gritos. Algunos de mis amigos se habían ido. Aunque deseáramos hacerlo, con Renata nos negábamos a irnos sin Kevin, que se la pasaba entre drogas y alcohol, buscando a su novio tras volver a perderlo. El chico era un poco desastroso, pero eran raras las ocasiones en que se comportaba así.

Liz salió varias veces por el sofocamiento. Poco me faltaba a mí para hacerlo, pero temía dejarla sola abajo.

Así que, ya que Kevin no se iba, Renata y yo no lo hacíamos.

Ya que yo no lo hacía, Liz tampoco.

Y ya que Liz no lo hacía, Anahí tampoco.

Se pegó a mi hermana como una sanguijuela. Por primera vez en mi vida me arrepentía de haberme portado amigable con alguien.

Alas de kerosenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora