—... Los tres heridos se encuentran fuera de peligro. Más de una decena de manifestantes fueron detenidos, algunos con violencia. Sí, así como escucharon; la policía los detuvo a la fuerza...
El periodista lo repitió como si no lo pudiéramos creer. ¿Por qué no? Era un hecho, los hechos no se discutían.
Según la nota, se había originado porque un oficial había matado a un civil por accidente en la calle. Las bajas eran inevitables, me sorprendía que la gente no lo supiera. Era algo básico que mi padre me había enseñado años atrás.
Elilia se acercó con discreción. Me corrí para que se sentara en el sofá si quería. No lo hizo.
—¿Liz? —pronunció con cautela—. ¿Qué miras?
—Las noticias.
Me habían enseñado que la amabilidad consistía en eso; responder aunque fuera obvio.
Mostraban en pantalla una escena desastrosa. Los manifestantes que quedaban pisaban sus propios carteles y parecían ya algo tímidos sin aquellos al mando. A mi parecer, era hora de que lo dejaran. Ya no tenían nada que hacer. Si la batalla estaba perdida, debían resignarse y dejar de luchar contra la autoridad. Simple.
—¿Es de la manifestación de hoy? —Asentí. Se acomodó en el respaldo del sofá, mirando apenada el televisor—. Yo pensaba ir.
Mis cejas se unieron contrariadas. No le vi el sentido.
—¿Por qué harías eso?
La noticia acabó y apagué el televisor, viendo que lo siguiente era un video viral de internet. Me quedé viendo nuestros reflejos un segundo, su sorpresa y consecuente indignación.
—Defienden nuestros derechos.
Mi cabello estaba tan tieso en la coleta que apenas se movió cuando negué. Dejé el control remoto sobre la mesa en el punto que a papá le gustaba, me levanté y alisé mi camiseta.
—Sería mucho más pacífico todo si hicieran lo que les dicen.
Me extrañó su perplejidad. Pasé por su lado suponiendo que el tema había acabado. Cuando salió del trance, trotó para alcanzarme. Sus piernas eran cortas y no consiguieron alcanzarme hasta que llegué al final de las escaleras.
—El punto es que protestan contra la policía y ellos van a reprimirlos.
Me pareció extraño que Lili se molestara por eso. Tenía veinte años ya, no era una adolescente ilusa.
—¿Y qué? Tienen órdenes de una autoridad y deben acatarlas —dije—. El mundo sería un caos si no obedeciéramos a nuestros superiores. La libertad no es nada sin paz.
Entré a la habitación esperando que me siguiera. Se quedó abrazada al umbral.
—¿Dejarías que cualquiera te pisoteara con tal de mantener la... —levantó los dedos para remarcar las comillas— «paz»?
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Alas de keroseno
Mystery / ThrillerTadeo tiene tres problemas: su hermana, la autoridad y su gusto poco sano por incendiar cosas. Él siempre supo mantener un perfil bajo, aunque todo el mundo lo señale cuando algo aparece en llamas sin explicación. Pero, ¿pueden culparlo por incendi...