19 - Pertenecerle a tus secretos

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Al club de teatro le dejaban una habitación al fondo de la escuela, donde teníamos apenas unas ventanas rotas y enrejadas en una pared que daba al patio interno de la institución

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Al club de teatro le dejaban una habitación al fondo de la escuela, donde teníamos apenas unas ventanas rotas y enrejadas en una pared que daba al patio interno de la institución. Desde mi lugar tras la cortina negra, podía ver el jardín y las figuras artísticas pintadas con vivaces colores en el centro. Era una habitación aislada donde podíamos hacer todo el ruido que quisiéramos y nadie lo notaría.

Kevin jugaba con su capa en el centro del escenario, haciendo chistes absurdos que hacían reír al pequeño grupo. El profesor chistó para callarnos.

—¡Seriedad! ¡Silencio, silencio!

Una pequeña sonrisita divertida afloró en mis labios, tentada por la risa de Renata. La cubrí con mi libreto.

—¡A sus lugares! ¡Lili, apúrate! ¡Vamos, nos quedan diez minutos!

Salí de mi preciado rincón detrás del telón. Eché un vistazo al fondo. Mis nervios dieron un salto y me hicieron mirar hacia adelante como un relámpago. En el umbral, recargado como si nada y con las pupilas agudas clavadas en mí, Tadeo observaba. Fruncí ligeramente las cejas.

«¿Qué haces aquí?», quería decirle.

Ladeó la cabeza un milímetro, apenas suficiente para responderme.

Arranqué mis ojos de los de él y me enfoqué en la pared frente a mí. Me planté en el centro del escenario decidida a fingir que no me importaba, pero el profesor ya había seguido mi mirada.

Mientras se acercaba a él, Kevin fingió repasar su libreto mientras se inclinaba hacia mí.

—¿Ese no es el hermano de Anahí?

—Sip.

—¿El idiota?

—Ajá.

No ojeé la expresión que hizo, pero pude imaginar esas cejas que se alzaban en un «pesado».

El barullo del grupo me impedía a oír la conversación. El profesor le hablaba, pero Tadeo apenas se encogió de hombros en respuesta. Sus labios modularon algo que se me hizo medio pregunta, medio desafío.

Kevin y Renata disimulaban su interés, yo ya no. Veía al hombre reaccionar con torpeza a la actitud de Tadeo, y este comportarse como una persona normal, sin dar muestras de ser un irreverente respetuoso.

Empezaba a creer que su actitud no era instintiva. Renata hubiera reído si me escuchaba decir que no me parecía naturalmente imbécil.

Después de que el profesor lo invitara con torpeza a pasar, Tadeo tomó una de las sillas y se plantó al fondo. Eso llamó la atención de algunos; nunca teníamos extraños en el club, habíamos sido los mismos diez por cuatro años.

Ansioso por lucirse ante su nuevo público, el profesor regresó entusiasta con nosotros y comenzó a hacerle señas frenéticas a Kevin, aunque estuviera en su lugar ya.

Alas de kerosenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora