Papá había salido esa noche. Por los murmullos que me llegaron y el uniforme condecorado que eligió, adiviné que se reuniría con alguien importante. También que algo cambiaría esa noche, si no todo.
Algo que me involucraba.
Soplaba un viento fresco, más incómodo que cruel, del que me protegí cerrándome la chaqueta.
El barrio era silencioso, como un enemigo al acecho. La calle intacta, las plantas que parecían mantenidas por profesionales, sus colores sobrios. Siempre había pensado que era demasiado falso, montados para ser pura fachada. Juraba que ese habría sido el motivo por el que le gustaba a mi padre.
Meg salió a mi encuentro en cuanto me distinguió, apartándose del chico que aguardaba recostado contra la camioneta abollada.
—Última oportunidad para arrepentirte —advirtió, abriendo la puerta para mí.
—Puedo soportar una fiesta, gracias.
Levantó con burlona lentitud una de sus cejas, enseñando los caninos en una sonrisa idéntica a las de su hermana. Ya no se me hacía inquietante, sino un gesto de lobo, magnético.
Y serio de repente.
—Lo decía por tu familia.
Continué las caricias a Meg en automático.
Las cosas habían cambiado en esos días. Algo cambiaría en mi vida, si no todo, se acercaba eso que me inquietaba.
—Tengo la sensación de que eso ya no me va a importar mañana.
«¡Anda, dile por qué! ¡Quiero verte confesarte!».
Acallé esa voz en mi cabeza con despreocupación, entrando en la camioneta y bloqueando todo pensamiento al respecto. Él cerró y se distrajo subiendo a Meg.
Eché un vistazo a la casa. A esa parte de mí hecha para ser una buena hija se le superpuso una que solo quería un lugar seguro en el que no tuviera que mantener ninguna apariencia, seguir órdenes y bajar la cabeza. Sobre todo, un lugar en el que valiera algo por ser yo.
Empezaba a comprender cómo funcionaba estar cerca de Tadeo, y me agradaba. Era un espacio en el que la única exigencia era la de ser franca respecto a mí misma, ¿alguna vez alguien esperó algo así de mí?
—¿Qué música te gusta? —indagó, encendiendo la radio antes de arrancar.
—Mmm, ¿algo de rock?
Compartimos una sonrisa cómplice.
—Me alegra ver que eres de las mías.
Dejó la emisora que tenía puesta, de la que brotó una guitarra unos segundos más tarde.
Pensé que me incomodaría la falta de conversación, pero no fue así. Tadeo, que siempre parecía molesto por algo, perdió la tensión en los músculos y condujo con aire pacífico por la noche. El silencio fue una bendición para mí, un espacio seguro en el que murmuramos la letra sin llegar a cantarla.
ESTÁS LEYENDO
Alas de keroseno
Mystery / ThrillerTadeo tiene tres problemas: su hermana, la autoridad y su gusto poco sano por incendiar cosas. Él siempre supo mantener un perfil bajo, aunque todo el mundo lo señale cuando algo aparece en llamas sin explicación. Pero, ¿pueden culparlo por incendi...