La tela del mural estaba acabada. Se parecía lo suficiente a las que las chicas utilizaban para alcanzar el techo, y era pura obra mía. Habíamos tenido que sacar la escalera más larga del armario del gimnasio, desplegarla y buscar un lugar en el que las telas reales no nos molestaran. A duras penas alcanzamos a pintar hasta dos tercios de la altura del recinto. En ese momento, estaba yo sobre el último escalón, apoyándome en la pared por el miedo a caer.
Por accidente agregué una nueva mancha a la camisa de franela que vestía para pintar; un círculo azul entre los cuadrados celestes y verdes de la tela. La escalera tembló conmigo cuando intenté salir de esa precaria situación. Mis compañeros se amontonaron debajo para sostenerla y darme algo de firmeza para bajar.
Me aparté del mural para apreciarlo, buscando errores que debiera solucionar en ese momento. El dibujo me agradaba. El color, sus luces y sombras, la forma en que se enroscaba alrededor del cuerpo de la chica sin pintar. También me agradaba lo que el hermano de Anahí me corrigió, cosa que dolía en mi orgullo y que, en especial, impactaba. No estaba segura de cómo un chico así podía saber algo de arte.
Una tela real me despeinó. La clase ya había acabado y las chicas estaban enrollando las telas en las barandas, dándole la apariencia de un circo al gimnasio. Busqué entre ellas, en vano, a Anahí. Llevaba sin poder cruzármela una semana; cuando la buscaba, se las arreglaba para escabullirse. Los mensajes los ignoraba. Pasaba algunos minutos conversando con Elizabeth en la banca junto a la entrada y se largaba antes de que yo saliera, como si tuviera un radar integrado. Era escurridiza.
En el baño, lavando los pinceles, la busqué. No resultó. Escuché la conversación de mis amigas sin involucrarme. Ansiosa por ver si me cruzaría a esa chica de una buena vez.
Cada día pasado me inquietaba un poco más.
Con un par de vagas excusas, me desligué del grupo antes de lo normal y dejé los materiales a Renata para que los guardara por mí. Bajé de dos en dos las escaleras de caracol, me vi cubierta por el sol del atardecer al cruzar el patio interno, me interné en el edificio principal de la escuela y casi volé por los pasillos.
Estaba decidida a no dejarla escapar otra vez.
Al llegar afuera, la hallé donde pensé. Sentada cerca de Liz, inclinándose hacia ella sin pudor por qué tan invasiva pudiera ser.
Ya estaba dejando la patineta en el suelo para cuando llegué.
—¡Ana! —grité de forma que no pudo pretender ignorancia.
Sus pies se enroscaron y se la escuchó mascullar algo que el chicle entorpeció, pero que de seguro era un insulto. Se volteó, me miró, y su sonrisa fue contradictoria en sí misma, entusiasmo que seguía pendiente del instinto de escapar. Una burbuja de chicle fue el preludio para su imitación.
—¡Lili! —exclamó—. ¡Qué lindo tu cabello! ¿Le hiciste algo? ¡Se ve tan... bonito!
Retrocedí cuando tomó un mechón con su absurda fascinación. De ser un truco para alejarme, debía reconocer que era ingenioso.
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Alas de keroseno
Mystery / ThrillerTadeo tiene tres problemas: su hermana, la autoridad y su gusto poco sano por incendiar cosas. Él siempre supo mantener un perfil bajo, aunque todo el mundo lo señale cuando algo aparece en llamas sin explicación. Pero, ¿pueden culparlo por incendi...