3.1 - Las dos decepciones de mamá

59 6 97
                                    

Dos días después, me encontré la sala de mi casa vacía

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dos días después, me encontré la sala de mi casa vacía. Meg me acompañó hasta la cocina, donde me detuve para verificar si habían dejado restos de la cena. Me senté a comer con hambre voraz. El animal hizo lo mismo.

A pesar de lo agónico que era de momentos moverme, prefería guardarme las quejas para no visitar la clínica, en especial por temor a las represalias.

Revisé las mismas hojas que Cherry. Mis dibujos, que alternaban entre viejos y nuevos dependiendo del hueco encontrado en el momento, no eran más que pobres bocetos. Varios se arruinaron con el agua. Podría haber mejorado de intentarlo, tomando clases o prestando atención a lo que hacía, pero la escuela de arte era el último lugar al que entraría. No importaba cuánto apreciara mi vida.

Un golpe llamó nuestra atención. Meg corrió a la puerta trasera, agitando la cola como cuando me veía llegar. Al oír insultos lo dejé estar, corroborando más tarde que se trataba de Ana practicando malabarismo en el patio con un par de piedras y las manos lastimadas. Su malhumor debía ser suficiente para que necesitara distraerse con dolor superficial.

Después de comer me metí en el baño. Meg se recostó en la puerta, impidiendo que la cerrara del todo mientras me desvestía. La sangre seca pegó parte de la tela a mi piel, obligándome a arrancarla de tirones. Dejé que todo cayera al suelo para hacerle frente a mi malherido reflejo.

La sangre se había secado por encima de mi cabello, formando una costra que dolería para sacarla en el futuro. Una herida abierta me cruzaba el pómulo. El rostro lo tenía hinchado y sucio. Por todo el cuerpo tenía distintas heridas y magullones que se sentían como infiernos individuales; cada vez que intentaba inspirar hondo sentía que las costillas se cerraban dentro de mi pecho. Un hilo rojo se había secado en mi garganta, siguiendo la línea de mis marcados tendones. Algún tirón del expansor en la oreja había causado un desgarre alrededor. Tanteé con cuidado los costados de mi cuerpo, avanzando por encima de las costillas y encontrando algún que otro punto donde apenas soportaba tocar. Al final, ya incapaz de soportar más exámenes, tomé un par de calmantes y me metí en la ducha. Con la misma agua que caía me los tragué.

Froté el jabón con fuerza sobre mis músculos resentidos. Este se tiñó de rojo, como el agua que trazaba un camino hacia abajo por mis piernas. Me ardió el ojo cuando intenté limpiarme los restos de sangre que se habían secado incómodamente en el párpado y me endurecían las grandes cejas. Algunas cáscaras cayeron al rascarlas, aportando poco a la limpieza.

Estaba seguro de que un par de golpes más en la cabeza me habrían matado. Después de diversas idas y venidas de la consciencia, algunas de las que tenía apenas la sospecha de que existieron, por fin había podido abandonar la casona. Hasta entonces mantenía la secreta inquietud de que en cualquier momento podría volver a desfallecer, incluso si podía sumar dos más dos y comprender lo que antes no; no solo podrían haberme matado, iban a hacerlo. Alessandro me guardaba grandes rencores, esa hubiera sido la oportunidad esperada.

Alas de kerosenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora