Valentino tenía una impresionante colección de autos con los superdeportivos más rápidos del mercado.
Los Koenigsegg eran sus favoritos. Tenía tres. Y de esos tres, elegía siempre un Agera con una pintura cromada que oscilaba entre azul y rojo, dependiendo el ángulo del que se lo veía, y una franja negra en el centro. El deportivo perfecto para el perfecto intrépido de la familia.
Tras conducir una hora, un tramo considerable viendo las velocidades que era capaz de alcanzar, acabamos en el estacionamiento vacío del club nocturno más grande de la bella ciudad. El Koenigsegg se abría de una manera que solía tomarme desprevenida, girando sus puertas sobre un eje hacia el cielo, como un brazo dislocado.
Al bajar, grabé en mi memoria los puntos en que encontré las salidas de emergencia, las cámaras de seguridad, las referencias sobre su tamaño. No había nadie en el exterior ni parecía haberlo en el interior.
—¡Te encantará! ¡Estoy seguro! —afirmó él, arrastrándome al interior.
Me dejé llevar al interior. Valentino tenía las llaves en el bolsillo.
Dentro, me vi cegada por una multitud de luces de neón que compartían tonos rojos y azules.
Era un espacio amplio y juvenil, rebosante de energía, tan hermético que no se sabía si afuera habría sol o luna. Eran las cuatro de la mañana, pero sentí que ahí dentro cualquier hora sería esa. El día era solo un rumor.
Había una gran pista de baile en el centro y un primer piso en el que se disponían las mesas. Podía verlas desde la entrada, algo que no sería posible con la multitud nocturna. Abundaban las figuras hechas de tubos fosforescentes. Unos escalones llevaban a una plataforma dispuesta para el DJ, detrás del que se alzaba una cegadora serpiente fucsia con rosas entrelazadas con su figura. Su gran tamaño iba de suelo al primer piso, justo debajo de las mesas, y en la pared contraria una barra interminable llegaba hasta los baños, con toda clase de bebidas alcohólicas expuestas.
—¡Te presento Elettro! —exclamó Valentino, abriendo los brazos a mitad de la instancia vacía como un rey presumiendo su reino—. Te gustará cuando lo veas abierto, créeme.
No estaba tan segura. Había tantos estímulos en los clubs nocturnos, las luces parpadeando y la gente moviéndose, que acababa asfixiándome. Era culpa de mi costumbre de querer atraparlo todo con los sentidos, acababa abrumándolos y con ellos a mí.
Valentino se detuvo a mitad de la pista, con las manos en las caderas, el pecho expandido por la gran bocanada que inspiró. Como una escultura griega. Su rostro se bañaba de rojo por un lado y azul por el otro, dándole un aire eléctrico, sensual y enigmático.
Di unos pasos regios al centro de la pista, con mis elegantes —malditos— Louboutin resonando en el silencioso club.
—Así que... ¿Este es tu reino? —pregunté, la ceja arqueada con socarronería.
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Alas de keroseno
Mystery / ThrillerTadeo tiene tres problemas: su hermana, la autoridad y su gusto poco sano por incendiar cosas. Él siempre supo mantener un perfil bajo, aunque todo el mundo lo señale cuando algo aparece en llamas sin explicación. Pero, ¿pueden culparlo por incendi...