30.2 - Una última cosa

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Me dio tiempo a ceder, sabiendo que lo haría cuando mis emociones turbulentas me permitieran comprender el peligro que representaba el cañón apuntándome

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Me dio tiempo a ceder, sabiendo que lo haría cuando mis emociones turbulentas me permitieran comprender el peligro que representaba el cañón apuntándome.

Di los primeros pasos al estacionamiento, los cuales se sintieron como caminar a mi propia tumba.

—¿Meg va a estar bien?

—Meg está bien —corrigió, demasiado confiada para dudar de su palabra—. Soy una profesional, la sedé precisamente para no dañarla por accidente. Tengo límites, los animales son uno.

Mantuvo la distancia entre ambos, al menos dos metros, con el arma apuntándome implacable a la cabeza. Los autos estacionados nos escondían de los testigos potenciales. Se podía mirar arriba y buscar alguna silueta curiosa entre las ventanas del hospital, pero sería absurdo. Éramos sombras entre las sombras.

Cherry era consciente de lo favorable que era la situación para ella, y, sin embargo, seguía pendiente de cualquier paso en falso. Un testigo inesperado, un movimiento mío. No bajaba la guardia y eso era suficiente para asegurar que yo no pudiera hacer nada.

Varias veces miré a Meg, dormida en el escalón. Cuando Cher me hizo meterme entre los autos, la perdí de vista.

—Dime algo, Fuego —pidió—. ¿Morirías por alguien?

Nos detuvimos en un espacio verde entre los autos. Dos hileras enfrentadas se extendían hacia atrás, separadas por brotes de árboles recién plantados. Se sentó en un banco, manteniendo el arma sobre sus piernas cruzadas, donde no la distinguirían tan fácil de pasar.

—Deja los juegos —gruñí.

—No es un juego —dijo—. Responde, ¿morirías por alguien?

Por cómo esperó, incluso a pesar de la pistola de por medio, aquella conversación de verdad pareció importarle.

Más de una vez había estado al borde de la muerte gracias a alguien más. El día anterior se presentaba fresco en mi memoria, el momento en que regresé por mi hermana y en que me vi morir con ella de la misma manera en que crecí con ella. Entonces no lo hice esperando morir. Estaba dispuesto a salir y contarlo al día siguiente, como cada vez.

¿Hubiera regresado de creer que no saldría vivo?

Pero morir por salvar a alguien no era la única manera de morir por alguien.

¿Hubiera muerto por salvar a mi hermana? ¿A mi madre?

¿Hubiera muerto por matar a Cher?

Se divirtió al ver que esa idea se me cruzaba por la cabeza, inspeccionándola de arriba abajo al arma en sus manos enguantadas, sopesando la posibilidad de dejarla meterme una o diez balas en la carne con tal de llevármela conmigo. Se divertía porque sabía la respuesta.

—¿Morirías por alguien, Gavilán? —presionó.

El aire sucio en mis pulmones pareció contribuir con ella. Dolían, ardían, e insistían en pronunciarlo.

Alas de kerosenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora