28 - Volar en llamas

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Un solo instante

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Un solo instante. Como en esa fiesta, cuando se vino en picada frente a mí y Java. Pero ahora era diferente. Sabía mucho más. Incluso los acertijos de Cherry cobraban sentido.

«Buscas algo que esté mal».

Pasaron en cadena esos detalles evidentes. Lo que Cherry quería. Momentos en los que se desvinculaba de la conversación, que se apagaba como si su cerebro hubiera sufrido un cortocircuito.

¿Era eso?

Lili se sentó en un banco fuera del gimnasio, recibiendo los saltos de Meg con aire ausente.

Dijo que su madre se suicidó, que estaba enferma. Busqué en su rostro algo que pudiera remitirme a su familia, algo roto o inestable. Era la misma chica que al principio me pareció tan básica, pero ahora sus lentillas azules ocultaban algo más, como si fueran un rechazo a su naturaleza, igual que su cabello descolorido, las manchas de pintura en los jeans rasgados y la chaqueta, llena de dibujos por el brazo y la espalda. En el pecho tenía un camino de puntadas blancas, como si hubiera querido coser algo en su pecho.

A pesar de que el patio se había vaciado, permanecimos allí, con Meg ansiosa por la tensión entre nosotros.

—¿Tu hermana no lo sabe?

—No, y es importante para mí que siga así.

Me miró a los ojos, un ruego de alguien hecho polvo bajo la noche sin estrellas.

Quise decirle muchas cosas, que necesitaba ayuda, que no lo ocultara, pero reconocí mi propia ansiedad en ello, nada de lógica y sensatez detrás. Me obligué a detenerme y pensar mejor.

Con mucho cuidado, hablé.

—¿Por qué?

Se tomó un momento para pensar su respuesta. Dejó a Meg, armándose de valor para estirarse y recuperar la compostura. Las palabras se atascaron en su garganta. Escondió las manos en los bolsillos, pero parecía dispuesta a enseñarse como era, filosa como una hoja de acero helado.

—Tadeo, escúchame y confía en lo que digo —dijo, inclinándose lo suficiente para que distinguiera su seriedad—; si mi familia se entera, estoy condenada.

Estaba decidida, absolutamente dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias por lo que se proponía. Su mirada de agua me quemaba, tomando un nuevo tono de azul; no oceánico, sino como el de las llamas más calientes.

Sin darme cuenta de lo que hacía, comencé a asentir.

Quietos los dos en un mundo que avanzaba, fue inevitable notar que la noche iniciaba lejos. Algo empezaba a cambiar en los gritos de la muchedumbre. Mientras no nos moviéramos, al menos eso duraría, esa promesa que implicaba que habría algo que mantener en el futuro.

Y luego, ¿qué?

Si la cosa salía bien, no tendría motivos para seguir con eso.

Si salía mal, tampoco los tendría.

Alas de kerosenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora