Glenn's solía ser la tienda más popular entre adolescentes como Anahí. Recordaba días en que llegaba a casa y me encontraba con su grupo de amigas reunido en la habitación contigua a la mía, cuando apenas comenzaba a drogarse como una actividad «inofensiva» —como si las drogas en cualquier cantidad no fueran una mierda—, con un porro que se pasaban entre sí y risas histéricas propias de las chicas de su edad. Mecha era la única de ese grupo que todavía era cercana a Ana, ambas compartiendo su puta enfermedad. Era el mechero que permitió que se encendiera esa adicción en mi hermana.
Entonces, se sentaban en su cama o en el suelo y me mandaban al diablo cuando golpeaba la pared para que se callaran. Era tan fina la capa que dividía nuestros cuartos que hasta nos llegaban nuestros ronquidos, causa de nuestra guerra de antaño sobre quién se dormía primero para no dejar dormir al otro. Soledad, una de mis amigas más cercanas y hermana mayor de Mecha, solía llegar a recogerla y quedarse conmigo en el cuarto un rato. No eran tiempos más simples, sí eran tiempos menos solitarios.
Recordaba oírlas hablar de Glenn's, la ropa que siempre veían en las vidrieras y como se burlaban o la adoraban. No era muy del estilo de Ana, amante del hip-hop urbano a pesar de tener una canción pop-punk como tono de llamada, pero le entusiasmaba el tema.
Glenn's, en lugar de expandirse a otras sedes, el dueño decidió hacer crecer el lugar que ya tenía, en parte porque quienes hacían la ropa que vendía no habrían podido trabajar lo suficiente y en parte por cariño a su ya no pequeño negocio. En poco tiempo, Glenn's se convirtió en más que una tienda de ropa; su sótano comenzó a usarse como punto de venta de drogas y se convirtió en el favorito de muchos. Incluso yo iba de vez en cuando, cuando Java me enviaba. Porque así era la venta de drogas en nuestra ciudad, éramos empleados a los que repartían por turnos en una pizarra.
El boom de Glenn's tuvo un abrupto final cuando, algunos meses atrás, un grupo de delincuentes entraron a robar minutos antes de la hora de cierre. Le molieron a golpes la cara a Glenn —como llamábamos al dueño— y le dispararon a su hijo en el estómago por intentar detenerlos. El chico había sido un buen amigo mío en la secundaria. La ambulancia tardó más de una hora en llegar y Tomás murió desangrado.
Tomás era, a pesar de su apariencia de enclenque, uno de los hombres más leales del Corvo. Por ende, también lo fue de Cherry.
Charlotte y Alessandro Pierre, Cherry y Corvo, nunca dejarían pasar un ataque a sus hombres más cercanos. Si alguien de su círculo era tocado, ardía Troya, corría sangre a montones hasta llegar a la correcta, tiraban abajo edificio por edificio hasta dar con los responsables. Si algo tenían los Pierre que suscitaba el respeto y la afinidad de su gente era su lealtad indiscutible.
Y por eso me odiaban tanto, porque un año atrás yo tuve mi parte en la muerte de alguien demasiado cercano a su círculo. Pero fui un eslabón más de la cadena, y Cherry era, más allá de una chica capaz de morir por los que amaba, una administradora fría y calculadora. Vi algo que nadie más vio y me volví valioso para ella, por eso no la pagué tan duro como esos ladrones que se metieron con su bartender favorito.
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Alas de keroseno
Mystery / ThrillerTadeo tiene tres problemas: su hermana, la autoridad y su gusto poco sano por incendiar cosas. Él siempre supo mantener un perfil bajo, aunque todo el mundo lo señale cuando algo aparece en llamas sin explicación. Pero, ¿pueden culparlo por incendi...