Sus ojos eran realmente azules.
Eran tan azules que ni siquiera podía pensar en un poema sobre ellos.
Curiosamente, era justo el motivo por el que me devanaba los sesos tratando de dar con el mínimo verso, la mínima línea, quizás tres palabras que pudieran describirlos.
Y ahora ella estaba ahí, de pie en la entrada de la escuela, conversando con sus amigos del club de teatro.
«No quieres estar con ellos, ¿cierto?».
¿Me equivocaría? No, bastaba con ver su lenguaje corporal; apretaba con fuerza el manubrio de la bicicleta y la tenía ya en posición para salir pitando del grupo, su sonrisa era vaga cuando los demás reían a carcajadas y tenía la vista perdida. Ni siquiera debía estar escuchándolos.
«Si te quieres ir, ¿por qué no te vas?».
Mientras todos utilizaban la sudadera del club —con el clásico dibujo de la máscara que representaba la comedia y la que representaba la tragedia en la espalda—, ella llevaba una chaqueta con el torso de jean y las mangas de jersey.
«Y llevas puesta la capucha. ¿Por qué? ¡No llueve!».
Y sabía que había salido con ellos porque llevaba esa sudadera en el canasto de la bicicleta.
Se dio vuelta para revisar algo en su mochila.
«No mires arriba... No mires arriba...».
¡Mierda! Lo hizo.
Pude atisbar un dejo de azul junto a unos delfines que se había pintado junto a los ojos.
«¡Falso! ¡Tiene que ser falso! ¡Me niego a creer que esos sean tus ojos!».
¿Me estaba obsesionando? Quizás un poco, pero era porque me desesperaba no dar con un poema sobre ella. Todo lo que ideaba era inexacto. No importaba lo que escribiera, parecía que lo hacía sobre alguien más.
Había algo detrás de ella. No sabía qué. Algo me gritaba que tenía mil secretos para contar y no podía comentarlo porque de seguro era obra de lo que Cherry me metió en la cabeza.
Un portazo me hizo dar un brinco.
Anahí asomó por entre los asientos desde la cabina trasera. Tenía una amplia sonrisa en los labios, como si me hubiera atrapado in fraganti.
—¡Si te gusta, ve y háblale!
—No me gusta —gruñí—. Solo... ¿No te parece que hay algo extraño con ella?
Ladeó la cabeza. Llevaba dos coletas, colgaron en el aire como orejas de perro. Desde el suelo, Meg la vio y la imitó.
A codazos me hizo a un lado para pasar adelante. Hice poco más que empujarla en respuesta a cada empujón. La camioneta se sacudió hasta que logró plantarse en el asiento del copiloto.
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Alas de keroseno
Mystery / ThrillerTadeo tiene tres problemas: su hermana, la autoridad y su gusto poco sano por incendiar cosas. Él siempre supo mantener un perfil bajo, aunque todo el mundo lo señale cuando algo aparece en llamas sin explicación. Pero, ¿pueden culparlo por incendi...