15 - Equivócate y arderás

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—Te lo juro, me hizo mierda la camioneta, ¡mierda con todas las putas letras!

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—Te lo juro, me hizo mierda la camioneta, ¡mierda con todas las putas letras!

Di un rabioso golpe a la mesa, mi compañero dio un brinco y los que nos rodeaban voltearon a vernos expectantes por la violencia, en especial los guardias. Las uñas asquerosas de Franco golpeaban en escalera la mesa, aguardando que dejara de berrear para hablar.

—Ya sé, lo repetiste cuatro veces —rezongó—. Dijiste que no le hizo nada al motor, ¿no? Todavía anda, entonces olvídalo.

Un gruñido salido de lo profundo de mi garganta me convirtió en un animal momentáneo.

—¿Y qué? ¡No me alcanza para arreglarlo! Cada cosa sale un riñón, no tengo suficientes para pagarlo.

Su cuerpo se sacudió con una risa espasmódica. La mirada de la mesa que nos separaba me detuvo de golpearlo, como arreglábamos las cosas en los viejos tiempo. Ni los guardias, postrados a varios metros, ni él mismo me causaban intimidación alguna.

Con cada visita, Franco parecía mimetizarse más con la cárcel. Desagradable, sucio, derruido. Parecía que la sociedad lo había dejado a la deriva y que a él no le importaba.

Desde que lo atraparon seis años atrás en una redada que organizaron en plena pelea, su maduración se había detenido. Sus modales eran los mismos, su cuidado personal era apenas mejor. Quizá la mayor diferencia era que ya no podía teñirse el cabello y había quedado ese color indistinguible de la tintura lavada.

—¡Esa chica te está haciendo la vida imposible! —se burló entre risas histéricas.

Comencé a rasgar la pintura con desgano, lanzándole pequeñas escamas con aburrimiento. Esperé a que terminara.

Se recompuso de golpe, con un brillo ambicioso que presagiaba un desastre.

—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó.

—¡Nada! ¿Qué voy a hacer?

—Entonces vas a dejar que haga lo que quiera contigo.

No me importaba lo que su tono implicara; lo mío no era cuestión de cobardía, sino de sentido común, cosa de la que Franco carecía. Solo un imbécil o un suicida haría algo contra Charlotte Pierre.

—Tú porque no la conoces. —Arranqué un pedazo grande de pintura y se la lancé a la cara con desdén—. Lo tiene todo; lo que no tiene, le alcanza el dinero para comprarlo. No puedes hacer nada contra esa clase de personas.

—No seas marica —lo desestimó—, Cherry es una puta barata que seguro no es nada cuando le quitas a papi.

—Se nota que no tienes una puta idea de qué estás diciendo. Di eso enfrente de ella y te mete una bala en las bolas, ¿o no escuchaste lo que pasó con Buba?

La muerte de Buba, que solía ser nuestro principal distribuidor, se había distorsionado al pasar de boca en boca. Cuando se le preguntaba a alguno de los presentes negaban haber estado ahí. Si se encaraba directamente a Cherry, ella sonreía y seguía con lo suyo. Había pasado ya un año y tanto de eso.

Alas de kerosenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora