Capítulo 8

734 52 1
                                    

Una vez llegó Natalia a casa, cambió al niño y lo acostó, lo miraba con adoración y entonces hasta su pensamiento llegaron las palabras de Encarna con total nitidez, sabía que tenía razón, ahora ya no eran dos, eran una familia y las cosas no podían seguir como estaban. Se duchó, se acostó y trató de leer un rato para tener ocupada su mente, pero le era inútil no podía concentrarse. Entonces recordó lo que le había contado Teresa. ¿Qué sería aquello que estaba pensando Alba?. Exhaló un profundo suspiro, luego miró al pequeño con una sonrisa dichosa, cerró la luz dejando el piloto que había enchufado a la pared para poder tener controlado al pequeño, y trató de no pensar.

Alba en su casa andaba nerviosa de un lado a otro, ya hacía más de una hora que Natalia se había marchado y no había dado señales de vida. Decidida tomó el teléfono y marcó su número. Cada nuevo pitido que tardaba en contestar, iba poniéndose más tensa.

N_ ¿Sí? –por fin Natalia contestó con voz adormilada.

A_ ¡Podías haberme avisado no!, ¡ya te vale Natalia! –se exasperó al notar que estaba durmiendo.

N_ Me has despertado ¿sabes? –le reprochó con tono glacial.

A_ Natalia hemos quedado que me llamarías, además... ¿Natalia?, ¿Natalia?. ¡La madre que la parió!.

Había colgado el teléfono con una sonrisa maliciosa en sus labios, acabó con una pequeña carcajada divertida y cuando paró de reírse se percató que se estaba volviendo mala, jamás había actuado de aquella manera con nadie, hasta para eso, Alba era diferente, se sentó en la cama, el teléfono volvió a sonar y ella lo desconectó sin contestar. Sentía que se encontraba en tierras movedizas, la separación con Alba le estaba haciendo cambiar demasiadas cosas. Tenía claro que no podía resistirse a ella, al contrario, cada vez que la veía su apetito sexual se disparaba como si tuviera un detector de alarma de incendio y Alba le hacía arder en fuego su interior. Se retiró el pelo de la cara con gesto cansado, suspiró mirando al techo, después volvió a mirar al niño. Necesitaba olvidar, pasar página y tomar decisiones sin dilatar más tiempo. Era cuestión de ir sacando poco a poco a Alba de su interior, no cerraría los ojos y pensaría en ella, no buscaría su sonrisa para poder respirar hondo y levantarse de la cama, ni desearía rozar su piel para alimentar su alma. Desde ese momento debía ser firme, era una pérdida de tiempo, aquellos encuentros furtivos que tanto les gustaban no hacían otra cosa más que empeorar lo que realmente era importante, sólo servía para llenar de reproches cada discusión. Haría caso a Teresa, cambiaría su turno para no coincidir con ella en el hospital, haría caso a Encarna, trataría de aclararse ella, después separarse de Alba porque no tenía sentido vivir así y buscaría la manera de proteger al pequeño de la locura que estaban viviendo las dos. Porque si de algo estaba segura, era de que Alba sería una gran madre y aquella relación la quería preservar, si continuaban peleando y amándose de aquella irracional manera, acabaría afectando tanto a su relación que lo pagaría el niño

Era noche de luna llena, el cielo estaba estrellado y parecía que todo era mágico, la luz penetraba por la ventana del cuarto de Natalia, la luz de la luna jugaba en su bello rostro, le daba dormida un misticismo maravilloso. Dormía profundamente abrazada a la almohada de Alba, si algo no podía todavía asumir, era dormir sola, había regresado a su cama porque el olor a ella la había atraído como si fuera un animal oliendo el rastro de su pareja. Aún dormida pensaba en Alba, y se murmuró para sí que debía acostumbrarse a dormir nuevamente sola. Estaba tan dormida que no escuchó como la puerta de casa se abría y cerraba lentamente, tampoco como unos pies descalzos subían la escalera sin hacer el mínimo ruido, ni tampoco como se detenían justo a su lado. La visión de Natalia con un camisón de tirantes bajo la luz de la luna eclipsó a una Alba entregada a los latidos que su corazón le entregaba en su pecho. Despacio se desnudó y se metió en la cama, su sonrisa permanente en los labios mostraba un gesto travieso.

Adiós Alba // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora