Capítulo 11

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Entraron en el cuarto de baño y Alba soltó un silbido, los grifos de la ducha eran antiguos, ella no había visto nada igual en toda su vida, los accesorios eran de hierro con formas tan sinuosas que ambas tuvieron la necesidad de rozar con las yemas de sus dedos.

N_ Que maravilla.

A_ Si, la verdad que ha sido una sorpresa encontrar este lugar.

N_ ¿Aún estás enfadada con Dávila? –le dijo mientras se ponía jabón en las manos.

A_ Sí –ella también se puso el jabón y cuando fueron a enjuagarse, tropezaron sus manos y tímidamente le dijo-. Perdona.

N_ ¿Te ha ido bien la chaqueta? –la miraba a través del espejo fijamente, la ropa se le había ceñido al cuerpo, tanto, que notó su excitación como aumentaba y tuvo que carraspear.

A_ Sí, me hubiera congelado sin ella –Alba agachó la mirada nerviosa ante aquellos ojos tan expresivos-. Gracias, creo que no te he dicho nada.

N_ De nada, tengo que cuidarte –se acercó a ella como si sintiera necesidad de besarla para coger la toalla pasó tan cerca su cara de la de Alba, que ésta prefirió cerrar los ojos.

A_ Vamos que Fermín nos está esperando –reaccionó con rapidez.

N_ Oye Alba... y si le digo que nos suba la cena y... nos quitamos la ropa

A_ No creo que sea buena idea.

N_ ¿No?.

A_ Pues no, no creo que tengan servicio a las habitaciones. ¡Venga vamos qué me muero de hambre!.

N_ ¡Qué lástima! –murmuró despacio mordiéndose el labio y tratando de sacudir el enorme deseo que había sentido en su piel.

Mientras ellas pasaban su odisea particular, entre miedos, reproches, deseos incontrolados, en su casa seguían estando los padres de las dos. Encarna se había ofrecido para preparar la cena mientras Rosario arreglaba al pequeño.

En_ Bueno pues la cena ya está –salió al comedor avisando a Pedro.

P_ Voy a avisar a mi mujer.

En_ Vaya carácter, este hombre no afloja... –murmuró yéndose a la cocina.

R_ Ya estamos aquí Encarna, pero debía haberme dejado ayudarla.

En_ Bueno cada una está para una cosa, ¿Danielito ya duerme? –preguntó ante el gesto molesto de Pedro por el diminutivo.

R_ Sí –probó la tortilla de patatas-. Está riquísima Encarna.

En_ Gracias, a Natalia le vuelve loca –sonrió.

R_ Encarna esta mañana he hablado con mi hija, me ha estado contando y... –al notar como la mujer se ponía en tensión pensando que era un reproche, añadió rápidamente-. ¿Usted cree que de verdad se van a separar?

En_ Espero por el bien de las dos que no lo hagan.

P_ De todos modos, yo soy partidario de que si no están bien que se separen.

En_ Pues no debería ser partidario de algo que sin duda les va a hacer daño a las dos –le dijo segura Encarna sin esconder su malestar.

P_ No creo que a Natalia le haga daño –la miró fijamente.

R_ Cariño –trató de frenar un poco sus comentarios.

En_ Usted o está ciego o quiere poco a su hija. Puede que la mía no tenga dinero, ni sea un monumento de mujer, ni sea de su agrado, pero hace feliz a Natalia, y la adora, igual que Natalia hace feliz a mi hija y por eso le estoy y le estaré eternamente agradecida –él guardó silencio-. Se aman y la prueba está en todas y cada una de sus peleas, les cuesta reconocer los errores, todo lo que les ocurre es por su maldito orgullo.

Adiós Alba // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora