Capítulo 39

759 56 0
                                    

En la cocina, Encarna le llenaba un vaso a Rosario de tila, tan solo se escuchaba el sonido del agua subiendo en él; el silencio se había apoderado de la estancia. Las dos mujeres sopesaban las posibilidades de lo que sus hijas podían hacer, las dos querían lo mejor pero sabían que una de ellas, tendría que aceptar algo con lo que no estaba de acuerdo. Y allí como testigo mudo Fermín, que miraba por la ventana con sus ojos clavados en el infinito.

En_ Rosario no le tomes a mal a Alba lo que ha dicho

R_ En el hospital... la deje tomar todas las decisiones Encarna, pero no soporto ver a mi hija así

En_ Si llega el momento yo te ayudaré... aunque ya sabes que no me gustan esos sitios

R_ Pero es el único lugar donde Natalia tiene posibilidades

F_ El único lugar donde su hija tiene posibilidades de salir de su propio laberinto, es junto a Alba –lo dijo tan seguro, tan firme que Rosario lo miró con gesto dubitativo-. Solo ella será capaz de ayudarla, si no soporta ver a su hija en el estado en el que está, váyase, y si la quiere como sé que la quiere, sería lo mejor. Alba no necesita a su alrededor a nadie que le empuje a ir contracorriente.

En_ Rosario... –la miró con pena

Hubo un pequeño silencio que fue roto por la puerta que se abrió lentamente

A_ Ya he hablado con Cruz –entró Alba con gesto preocupado. Se quedo de pie y miró a Rosario como si quisiera disculparse por su comportamiento-. Sé que todos queréis lo mejor para Natalia y todos creéis que llevarla a un centro es la mejor solución. Voy a seguir las indicaciones de Cruz, esperaremos hasta mañana a ver su evolución, ¡ahora bien! –cambió su tono de voz volviéndose fuerte y seguro, recordándole a Fermín su propia voz-. Si no mejora y Cruz o usted quieren ingresarla, lo siento, pero todos se marcharan de aquí y me dejaran sola con ella, no voy a permitir llevarla a un lugar así

R_ No vas a poder Alba... yo no quiero verte sufrir a ti también

A_ Es Natalia, Rosario, es mi mujer y me necesita a mí, sus recuerdos son los míos, sus miedos los míos y su amor el mío –Encarna la miraba conteniendo la respiración

R_ Está bien... –aceptó cerrando los ojos no muy segura

A_ Cuando mi padre se estaba muriendo vi a mi madre estar a su lado –Encarna se sorprendió de que recordara aquello, pues era demasiado joven y nunca habían hablado de aquel triste recuerdo-. Yo la veía llorar cuando creía que estaba sola, él también, su vida no fue perfecta, pero era un amor tan grande que a mí me asustaba, siempre pensé que no lograría tener la capacidad que tuvo mi madre. ¿Sabe con quién quiso morir mi padre?, a su lado cogiéndole la mano –Encarna no pudo más que asentir con los ojos repletos de lágrimas-. No quiso otra cosa, y ella siempre estuvo allí, sonriéndole, mostrándole su amor y murió con la tranquilidad de saber que su mujer lo adoraba, por mucho que siempre le riñeras, ¿verdad mamá?

En_ Sí hija

A_ He recorrido mucho por Natalia Rosario, usted lo sabe, todos hemos sufrido... y ahora no voy a dejarme llevar por esto, ¿qué puede volverse agresiva?, sí, claro, pero también puede volver a recuperarse ¿y entonces estará sola? ¿rodeada de gente que no conozca?. No, que pase lo que tenga que pasar, pero yo a su lado, con la única medicina que puedo darle, mi amor.

R_ Creo que ahora te estás equivocando, ahora no se trata de recuperar sus fuerzas, su brazo, su pierna, es algo mucho más complicado y es mi hija Alba, pero... tienes razón lo único que se me ocurre decirte es gracias –le sonrió sintiéndose egoísta al pensar nada más en su hija

A_ Voy a estar a su lado, no puedo dejarla sola, pase lo que pase, por favor –cerró sus ojos al decirlo-, no quiero que dentro de esa habitación podamos decir o hacer algo que pueda hacerle daño, ¿vale?, si tenemos que llorar, salimos, si tenemos que sufrir, no entramos.

Adiós Alba // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora