Capítulo 57

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Mientras en el hospital...

Encarna no había podido dormir tranquila, había pasado la noche en un duerme vela, que la llevaba desde el nerviosismo al pensar en Pablo, hasta la calma al recordar que todo había acabado, que nunca más aparecería en la vida de su hija. En aquel momento se encontraba sola en la habitación, pero Teresa no se había movido de allí en toda la noche, habían guardado silencio después de relatarles la historia que todos desconocían, y aquello les había dado a entender mejor porque Alba siempre había dicho que era una desgraciada en el amor, sin duda, encontrar a Natalia como decía Encarna, había sido lo mejor de su vida.

T_ Buenos días Encarna, ¡cómo llueve!

En_ ¿Pero qué haces aquí?, te dije que te fueras a casa a descansar –la quiso reñir pero el verla la llenó de paz y no pudo más que sonreír agradecida

T_ Calla, calla –decía sentándose con su taza de café en la mano

En_ Tu marido nos debe odiar

T_ Mira un secreto –bajó la voz y con mirada un tanto picarona le dijo-. ¿Sabes?, desde que me voy y vengo, desde que estamos un poco más separados, nuestros reencuentros son fabulosos –Encarna dio una carcajada más por el gesto un tanto avergonzado que por lo que le contaba su buena amiga que podía llegar a suponer-. Así que estoy encantada

En_ Me alegro –sonreía-. Te mereces ser feliz

T_ Y lo soy Encarna te lo aseguro Oye quería comentarte algo... –se quedo callada mirándola con cierta duda

En_ ¿Sobre Pablo? –le preguntó más asintiendo que otra cosa

T_ Sí, bueno más concretamente sobre Alba, tú sabes que la quiero como si fuera algo mío, a Natalia también, pero Alba siempre me pareció más débil, ella nunca me había contado este episodio tan desagradable de su vida, pero al saberlo entiendo muchas cosas

En_ Fue algo que ella quiso borrar de su mente, tiene esa facilidad –elevó sus hombros en señal de afirmación- yo en cambio siempre lo tuve presente

T_ Debió ser duro para ella y para ti

En_ Si Teresa lo fue, y siempre rogué a Dios para que enderezara la vida de mi hija, le ofrecía a cambio mi vida si fuera necesario –Teresa la miró con los ojos de madre, con esos ojos de un sentimiento que solo es entendible entre madres-. Por eso cuando me dijo que tenía novia, cuando conocí a Natalia, cuando las vi juntas por primera vez pensé ¡que me importa que sea una mujer!, que me importa lo que opine el mundo entero si veo la luz en los ojos de mi hija, esa luz del amor y la felicidad.

T_ ¡Ay amiga esta sociedad y sus prejuicios!, ¿por qué miramos con los ojos de la hipocresía?

En_ Tú lo has dicho, ¿por qué no podemos dejar a la gente ser feliz?

Hubo un silencio entre ellas mientras Teresa daba un sorbo a su café, pero aquel silencio pronto fue roto por el sonido de la música de la canción, La Campanera cantada por Joselito, como música de su teléfono móvil. Encarna la miró fijamente muerta de risa mientras con una sonrisa cómplice descolgaba.

T_ ¿Vamos a ver, que pasa ahora guapas?

A_ Teresa primero se dice Buenos días

T_ Venga que se me enfría el café, ve al grano –le guiñó un ojo divertida a Encarna que mantenía una sonrisa

A_ ¿Cómo está mi madre?

T_ Yo la veo muy bien, ¿quieres hablar con ella?

A_ ¿Estás aún en el hospital? –le preguntó un tanto desconcertada porque sabía que de esa manera había pasado la noche con ella, y el corazón se alegró

Adiós Alba // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora