16. Dubái de noche

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—Vamos a cenar, debes tener hambre, no has comido nada en todo el día.

Si Ömar supiera los días que he tenido que pasar apenas comiendo un pedazo de pan duro y un poco de agua castigada en la caverna comprendería que tener unas cuantas horas sin comer no es nada para mí.

Es cierto que no he comido, solo tomé el café en el trayecto del aeropuerto a la casa, pero la emoción de lo que me está sucediendo y la sesión de sexo en la bañera no me habían permitido sentir hambre. Ahora que Ömar lo ha mencionado las tripas me rugen escandalosas y el reprime la risa al escucharlas.

—Te voy a llevar a uno de mis lugares favoritos cuando era niño, creo que te gustará la comida de ahí —ese comentario despierta mi curiosidad, deseo saber más sobre él, quiero saberlo todo.

—Háblame de tu infancia —le pido tímida esperando que no se niegue.

—Ya te dije que no hay mucho que contar, mi infancia transcurrió principalmente en internados.

—Pero... tu papá... debiste verlo en algún momento.

—Si, cuando llegaban las vacaciones y regresaba a casa, era lo que más esperaba, volver a ver a mi... padre, pero él casi nunca me ponía atención. Cuando no estaba de viaje estaba encerrado en su despacho, no me permitía entrar, decía que lo desconcentraba.

—¿Qué hacías estando en casa?

—Jugar con... el hijo de una sirvienta, era de mi edad, llegó a casa cuando tenía unos 9 años y desde entonces somos inseparables.

—¿Y qué jugaban?

—Escondidas es el juego favorito de él, yo lo odiaba porque nunca podía encontrarlo, es excelente jugando a esconderse, pero ahora ya no me es tan difícil encontrarlo.

—¿Aún juegan a las escondidas? —pregunto levantando las cejas. No me imagino a Ömar jugando como un niño pequeño.

—A veces, es divertido, lo comprenderías si vieras como lo jugamos, ambos debemos poner a prueba nuestra inteligencia y astucia.

—Espero que tengas tiempo de mostrármelo y de presentarme a tu amigo, debe ser divertido verlos jugar.

—No. —Ese tono gélido y que no da pie a réplica—. Él está de viaje.

—¿Vive en tu casa? ¿Su madre aún trabaja para ti?

—No y no.

No sigo preguntando, se nota que no quiere hablar sobre el tema. El sol comienza a ocultarse, recorremos las calles que se iluminan con anuncios y luces por todos lados, el Dubái nocturno es mucho más impresionante que el de la mañana.

Veo aquí y allá, la gente, sus vestuarios me dan curiosidad, hay mujeres con vestidos horribles y llevan el rostro y cabello tapado, pero otras que no.

—¿Por qué hay personas llevando esos vestidos extraños? Hombres y mujeres visten igual.

—Es el vestuario normal aquí, para los hombres es opcional, para las mujeres es reglamentario.

—Pero yo no lo llevo.

—Tú no tienes que usarlo, eres visitante, a los turistas se les permite vestir con sus prendas siempre y cuando no muestren demasiado, solo en la playa puede enseñar algo de piel.

—¡Playa¡ ¿Hay una playa aquí? —Esa noticia me emociona.

—Si, está algo retirada pero sí.

—¿Podemos ir? ¿Por favor? La chica me puede llevar si no tienes tiempo —le suplico con haciendo pucheros.

PENUMBRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora