34. Juego

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El ardor de la quemada es insoportable, ni siquiera he podido vestirme, aunque en el averno por lo general estoy desnuda. Trato dormir pero no lo consigo, no consigo hacer nada que no sea sentir, en el burdel había recibido quemaduras con diferentes objetos como cera y cigarrillos pero esto es otro nivel.

El simple hecho de moverme exacerba el ardor y estúpidamente eso me excita, maldigo mil veces a Ömar por hacerme esto, no por quemarme ni por convertirme en su juguete, lo maldigo por no quedarse conmigo y hacerme gemir más.

Tu si que estas demente Nath.

Lo estoy lo sé, pero no puedo evitar desearlo, no puedo evitar cada vez que cierro los ojos ver su rostro, sus labios gruesos, su cuerpo perfecto y sobre todo su hermoso pene, tan solo pensar en él hace a mi sexo latir.

Me remuevo por las sensaciones de mi vagina completamente rebelde a mi voluntad, necesito de alguna forma liberar esto que me tiene intranquila.

Me recargo en la pared y abro las piernas, nunca he podido masturbarme correctamente pero en este momento estoy tan excitada que no creo que no pueda llegar al orgasmo. Llevo mi mano a intimidad, con el simple roce de mis dedos doy un respingo y me estremezco.

Toco mi clítoris, está hinchado y sensible, imito lo que me ha hecho Ömar, lo froto en forma circular con tres de mis dedos, con solo unos cuantos movimiento siento las contracciones y espasmos acercarse.

Me arqueo contra la pared, mis piernas completamente tensas, aprieto los dientes, necesito más, más rápido, acelero el movimiento, un gemido se escapa de mi, más rápido, jadeos incontrolables.

Pellizco uno de mis pezones y la explosión se da, escandalosa y liberadora, exhalo fuerte y un ligero mareo me desorienta, respiro profundamente tratando de controlar los latidos de mi corazón y de mi vagina. Mi cuerpo se relaja instantáneamente.

Ese orgasmo pequeño que no se compara con los que mi árabe me regala me mantiene sosegada por un rato, dormito hecha un ovillo en el piso, soñando con él, con su lengua torturando mi sexo y su peligroso pene demonio acribillándome con sus embestidas.

¿Por qué no puedo dejar de pensar en sexo? Creo que es el dolor constante, me mantiene en un estado de excitación permanente.

Las horas pasan lentas, horas en las cuales tengo que volver a tocarme o me voy a enloquecer mas de lo que ya estoy. Tres veces lo hago, tres orgasmos medio placenteros que me apaciguan por ratos, Ömar me ha convertido en una adicta a su sexo, a su salvajismo y a su demencia. Después de no sé cuanto tiempo la puerta se abre y entra Marceline.

—Te traje de comer —gruñe. La veo desde mi lugar sentada en el piso, tiene los labios apretados y los ojos entrecerrados.

—¿Qué tienes Zanahoria?

—Nada —vuelve a gruñir, pone la charola en el piso y se dirige de nuevo a la puerta.

—¿No vas a darme de comer como otras veces? ¿No vas a platicar conmigo? —No me importa hablar con ella ni quiero su compañía, pero algo en mi interior me dice que está así por Ömar.

—No tengo ganas de aguantarte.

—¿Qué te hice para que estés enojada conmigo Marceline? —la molesto.

—¿Qué me hiciste? A ver, vamos a enumerar:

—Uno. Viniste a joderme la vida con tu presencia.

—Dos. Te revuelcas con él como la puta que eres.

—Tres. Lo estas poniendo en mi contra.

—No sé que le has dicho y no me interesa pero te aseguro que la que se larga de aquí eres tú, Ömi te llevará de vuelta al Burdel me lo acaba de decir, Ömi no va a permitir que te quedes con él.

PENUMBRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora