Odelia Baumeister y Levi Ackerman, cada uno a su manera y, no obstante, de forma muy semejante, deben ayudarse y madurar para superar las crisis de un mundo lleno de titanes y aprender de sus errores para poder encararse en un futuro común, superand...
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—Me alegra saber que solo queda por buscar en la ciudad subterránea —dijo Odelia mientras masajeaba su nuca.
Después de aquella noche de pesadillas, Odelia había decidido avanzar por su cuenta dejando a Darío descansar, mientras que la capitana conseguía los pases para entrar a la ciudad subterránea.
Volver a aquel lugar no le traía buenos recuerdos del todo. No le agradaba el tener que presenciar de nuevo la ciudad que había sido olvidada por los de arriba. Sin embargo, entendía que ninguna de las dos situaciones era envidiable.
Por otro lado, se encontraba el recuerdo de la vez que conoció a sus amigos: Levi, Isabel y Farlan. Aquellos que dieron una lucha apropiada de sus habilidades y de los cuales, recordaba con cariño a sus compañeros fallecidos.
«Quieren saber qué pasó con los corazones que sacrificaron» fueron las palabras que escuchó de Erwin.
»Maldición —susurró cuando comenzó a marearse tras caminar hacia dentro de la ciudad.
—¡¿Jovencita, se encuentra bien?! —llamó una voz anciana, girándose a ver débil a quien la sostenía amablemente para que no cayera.
A pesar de sentirse mal, no pudo evitar sorprenderse debido a la persona que estaba frente a ella. Negó con la cabeza ante su pregunta, ganándose una mirada de confusión.
»¿Te parece si te llevo a mi casa? No es muy lejos de aquí.
—Sí, muchas gracias —respondió Odelia volviéndose a tomar de la cabeza debido al dolor.
Caminaron unos minutos hasta llegar a una pequeña choza que se encontraba en mal estado. Tomó asiento en uno de los asientos de madera que se encontraban ahí, mientras que no dejaba de mirar a la mujer que se encontraba frente a ella.
—Mi nombre es Odelia —trató de entablar una conversación con la mujer de cabellos dorado pálido.
—Mucho gusto, Odelia —sonrió la ojiazul—. Mi nombre no importa mucho, espero que no te moleste.
—No, para nada —respondió la castaña mientras se recuperaba de aquel dolor de cabeza que tuvo.
—¿Sabes? Tu rostro se me hace familiar al de alguien que conocí hace tiempo...
—¿Enserio? —preguntó sorprendida Odelia mientras jugaba con sus dedos— Nunca he visitado este lugar —mintió—, vengo de un pueblo en Trost, pero fui encomendada como mandato de la Reina en buscar niños que fueran huérfanos para darles un techo.
La mayor formó con sus labios una "o" de sorpresa mientras servía un poco de té.
—Me alegra que haya cambios con esta nueva Reina, mis tiempos de juventud eran difíciles, pero con el paso de los años fueron siendo pasables.
Odelia asintió escuchando con atención lo que aquella mujer decía. No había duda de que se había encontrado con Carla Inocencio.
—¿Y vive usted sola? —inquirió la castaña mientras se levantaba a ayudar a la mujer.