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   Susurra en mi oído, despacio y suave, para recopilar tus palabras y fundirlas en algún verso entendible, o para hacerlas formar parte de algún nuevo alfabeto que explique tu lenguaje, del amor y el odio.

   Susurra suave, para ponerlas en alguna caja polvorienta dentro de mi cabeza, y recordarla ocasionalmente alguna tarde de invierno. No sé si lo sepas, pero hay cosas que deben ser evaporadas o extintas para que puedan formar parte de algo más largo que la vida, fuera de la comprensión y la lógica, hay cosas que simplemente deben morir para que naden eternamente en alguna memoria.

   Es por estas razones, amante, que me he perdido en una honda amnesia, inexorable e impalpable, como tu nombre y tus manos ausentes.

   Realmente nunca podrás entenderme, aunque ruego al cielo que arroje luz sobre tu mente para que yo no sea un anagrama frente a tus ojos; puede que así sepas que te quiero, pero sin sujetar tus manos ni pensarte cerca.

   Quiero que me entiendas, así sabrás que no hay una guerra presente, ni mucho menos la intención de que alguno caiga.

   Si me buscas algún día, aquí estaré, para extenderte mi mano sin sujetar la tuya.

Cuatro letras mortíferasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora