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   Cariño, ya te he perdonado y podría abrazarte más allá de la distancia, justo en tu cuerpo físico en alguna calle de la ciudad, porque estoy agradecido contigo.

   Tomaste a un invierno perpetuo y lo incendiaste, gracias a ello el césped creció y la humedad de mis paredes se evaporó en una sola respiración; gracias por estar conmigo.

   Yo te llevé hasta San Pedro para que vieras que sí puedo soltarte, y te traje de vuelta porque no sigo tus pasos; no seguiré algo previamente escrito, estaré fuera de todo ritmo.

   No camines al infierno, sujeta a tus pies con tus manos si quieres, no seas una víctima más de tus pasos, cariño.

   Si ahora tú eres el invierno, solo recuéstate en el suelo de cara al sol, para que la nieve se haga agua y escurra de ti como en un colador; también aprende a relajar tus hombros en el camino.

   Cariño, ya te he perdonado, porque guardarte en mis rincones oscuros no tenía sentido.

   Quiero que recuerdes mi nombre, que si en algún momento es grande como Neruda, diré que fue gracias a ti, que en mi mente siempre estuviste conmigo.

Cuatro letras mortíferasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora