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   Continuaré con mi discurso de autorrealización, esta vez sin rima, para decirte que no cantes victoria porque aún está tu infamia en mi prosa.

   Sí, lo sé, dije que te nombraría con sigilo, pero te seguiré nombrando. Tengo demasiadas líneas sobre las cosas que dejaste rotas.

   Sé que lo dije, que ya no estoy muriendo, y ya no estoy muriendo, pero vamos, quiero verte cantar derrota.

   Eso tú me lo enseñaste, "no dejes que se vayan sin saber que lo merecen" y tú esto lo mereces; recibir un golpe o dos, pero joder, no de mi puño; en fin, para que queden tus ventanas rojas.

   Tus ventanas canela fuerte que me traían perdido, eso disfrutabas que yo lo dijera en medio de tus amigos. Ya solo corre, viene una ráfaga de mi parte, de letras, no de mi arma, esa ha quedado rota.

   Sinceramente te respeto, no lloras sobre la porcelana rota, y sabes que no hablo de porcelana. Rompiste aquí, quebraste allá, siempre quebrarás otra.

   También quiero darte las gracias por hacerme tan firme, invulnerable; pero no te exaltes, fue solo una buena obra.

Cuatro letras mortíferasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora