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   Rudeza en su mano derecha y la ternura en la izquierda, dual y salvaje como el fuego en la carne. Aún no puedo comprender qué clase de placer hallé en las llamas. ¿Acaso no ha quedado claro que mi cabeza estaba perdida?

   Me enamoré en un movimiento vertiginoso, tuve ocho epifanías cuando dijo mi nombre, y en medio de ese océano de lágrimas y sexo ni siquiera pude llamarle mi amante. Nadie nunca me ha pertenecido, todos esos amores han sido como mi nombre vago, tan impropios e imprecisos que me han hecho una incoherencia.

   Me hizo insaciable, pero soy salvaje de nacimiento; tengo este gusto amargo por el lado salvaje y es gracias a mi cuna. Tengo gusto por el peligro y hallé el fuego en su andar, el frenesí está en su piel y consume como una bestia; me lo dijeron sus ojos, me lo demostraron sus pasos.

   Era uno de tantos en su azul, pero el único que brillaba.

   Fui solo un hombre tratando de descifrar el código enigma, pero cedí por los bombardeos. Cedí solo por un momento.

Cuatro letras mortíferasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora