Capitulo -29

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¿Cómo actuó él ante la perdida de sus hijos, además de su esposa? La respuesta depende de a quién se le pregunté. Si se le preguntaba a uno de sus hijos, dirían que siguió como si nada, que solo se volvió un poco más frío y neutro. Si se le preguntaba a Zen oh Sama, que risa, este ni cuenta se dió que debía actuar de cierta forma por una perdida, ni siquiera sabía lo que era una perdida. Si se le pregunta a ese otro ángel, diría que talvez un poco fuera de normas.

Nadie sabía con exactitud lo que ese misterioso angel sepultaba en la inmensidad de su ser. Sepultaba tristeza, sepultaba melancolía, hasta sepultaba los recuerdos felices para que no se escaparan.

No se dejó ver, pero llevaba grandes penas dentro. Al instante en qué cayó en cuentas de que le faltaban seres queridos, su mente quedó en un limbo, su corazón se detuvo negándose a dar marcha a los latidos, decían que no, pues la responsable de latir ya no estaba. ¿Podía llorar? Si, pero nunca lo hizo. Lo que fue peor. Él también tenía las penas reprimidas, condenadas a una sepultura dónde no llevaron rosas para adornar la tumba de ese corazón que se negó a latir.

Nadie iba a entender, ni él lo entendía. No debía estar sintiendo eso, más lo sentía. Se sentía extrañado hasta que se dió cuenta que eso era lo que conllevaba amar.

Varias veces se lo dijo a ella, pero nunca a sus hijos, no había razón aparente ni motivos para demostrarlo, nunca tuvo la oportunidad. A su esposa en cambio solo le decías esa frase tan pequeña pero significativa en los momentos íntimos y privados. Ante sus hijos debía mantener la fachada firme, neutral y la autoridad entre ambos padres. Ese fue el papel que se le dió en ese escenario donde el acto principal era un show de desengaños donde el único espectador era su corazón maltrecho y dañado por sus propios atentados.

La imagen de su esposa he hijo proyectaba su baculo. Lo tenía en brazos dulce y delicada, ofreciéndole ese calor maternal que él mismo presenció en vivo con sus otros hijos. Tenía días de nacido, seguía siendo tan pequeño, tan frágil, tan débil. A veces ni él mismo creía que criaturas tan frágiles nacieran a partir de él. Veía con una pequeña sonrisa grácil y cándida, una de esas que él mismo debía admitirlo, solo sus hijos le sacaban cuando eran pequeños.

- Eres adorable Amour... Sonríe pequeño ángel - le suplicaba en dulces tonos a su hijo mientras lo sostenía frente a su rostro.

Amour sus primeros días de vida, había desarrollado una actitud positiva y alegre, sonreía con cualquier gesto dulce y agradable que le ofrecieran. Se reía ante los gestos que su madre le dedicaba para sacarle las sonrisas, era pequeño pero con esfuerzo colocó su pequeña mano en la mejilla de Hana, para tocar ese rostro que le parecía tan dulce y agradable. Talvez quería comprobar que no fuera una ilusión.

- Es mío, tu también tienes el tuyo - dijo refiriéndose a su rostro, pasando su dedo índice por la mejilla de Amour para hacerle una pequeña caricia.

- Lo que daría por estar con ustedes - dijo Daishinkan al aire mientras miraba esa escena a  través de su baculo.

- Buenas tardes, madre - se anunció Cus en conjunto de una leve reverencia al entrar.

- Un gusto volver a verla - repitió la acción, Mojito.

Ambos se habían puesto de acuerdo para ir donde su madre. Se encontraban en la sala de acuarios con peces gigantes, a la Luz de estás.

La angel aparto a su pequeño de su rostro y lo llevo al cobijo de sus brazos mientras saludaba a sus hijos.

- No los esperaba pero aún así me da gusto sus visitas - agrego ella con una sonrisa amigable.

- Un gusto verte también, Amour - se inclinó Cus para darle un delicado toque a la nariz del pequeño. Dejándolo mirándose la nariz con curiosidad, se acaba de dar cuenta que tenía una nariz en el centro del rostro.

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