Capitulo -41

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No hay peor tormento para una madre que el ver llorar a su hijo. Peor aún, un bebé que no sabe expresar lo que siente con palabras ¿Que le pasaba? No paraba de llorar, en cambio aumentaba considerablemente sus quejidos y sollozos.

Hana lo tomo entre sus brazos acomodando a su pequeño ángel en su pecho.

- ¿Que pasa?, ¿Por qué lloras? - le hablo grácil y candida a su bebé.

- ¡Mamá! - exclamaba entre llantos suplicantes. Amour apretaba la piel de el pecho de Hana con sus pequeñas manitas. Parecía querer aferrarse a su madre como si suplicara que no lo dejara.

- Estoy aquí. Para de llorar, por favor - suplico su madre en un tono gentil. Arrullaba a su bebé en su pecho, sin embargo Amour seguía llorando.

- ¿Pasa algo, madre? - Pregunto Camelot al entrar a la habitación y ver los esfuerzos que Hana hacía para sosegar el llanto de su hermano menor.

- Amour no para de llorar. No sé que le pasa, nunca ha llorando así - indicó con disgusto plasmado en su rostro.

- Creo que no le gusta que usted lo deje solo, madre - Sugirió Camelot ante la posibilidad - este templo es muy grande, el silencio a veces es terriblemente abrumador.

Por suerte eso parecía ser. A Amour no le gustaba la soledad y el silencio, lo hacían sentir solo, abandonado. Al escuchar el sonido provocado por las voces de su madre y su hermano, se dió cuenta que no estaba solo y cambio sus pucheros por una mirada tierna y cariñosa.

Un completo alivio para Hana quien se imaginó lo peor con su bebé. Ella siempre fue una madre dedicada completamente a sus hijos, puesto a qué esa era su labor. No la movía la obligación, la movía el amor por sus hijos, ellos siempre fueron lo principal en ella, incluso estaban primeros a Daishinkan. Prefería a sus hijos por encima de el amor que le guardaba a Daishinkan. Por eso tuvieron su problema, no por qué Daishinkan no le gustara que no era el primero para ella, sino por qué su amor por sus hijos a veces la nublaban de la lógica.

Hasta que Amour se acostumbrara a él templo, Hana no lo pensaba dejar solo. Lo saco de esa habitación y lo llevo consigo a dar una vuelta por los pasillos de ese enorme templo. Nunca se había dado cuenta de lo desolado que era ese lugar que por largos eones hábito. Veía los motivos de Amour por los cuales temer a la soledad, puesto a qué ese lugar gritaba que estaba vacío.

Al caminar se dejaba un eco suspendido en el aire, un eco que retumbaba en las paredes que ni se veían de lo lejanas que se encontraban. Antes era habitado por ella, el hijo que tuviera pequeño y Leiko. Cuando los hijos de Hana y Daishinkan llegaban a cierta capacidad física, dejaban el templo y al cobijo de su madre, nada pasar a ser entrenados por su padre. Así siempre, crecían con su madre y se iban para convertirse en lo que en un principio estaban destinados a ser. Para eso el motivo de su creación. En parte no eran diferentes a otros críos mortales, nacer y crecer para cumplir un deber en el mundo.

Los pasillos eran algo semejantes a los del templo Zen. Eran de columna gigantes color marfil, pisos blancos, las paredes eran también color blanco, pero se mantenía en oscuridad. Lo único que iluminaba los pasillos eran unas esferas de luz y colores del tamaño de un durazno. Estaban esparcidas por todos lados de estos, unas altas y otras muy bajas. Cuando alguien iba a cruzar les abrían el paso, parecían tener vida propia, más solo eran una creación compleja con ese fin, iluminar.

Amour en brazos de Hana, miraba expectante a las esferas lumínicas. Sus ojos se engrandecieron con tal maravilla, alzó sus manitas al aire como si quisiera atrapar una, más estaban muy fuera de su alcance. Se soltó de los brazos de Hana y fue volando directo a la más cercana.

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