Capitulo -42

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La vida mortal nunca la vieron tan hermosa, sino hasta que la vivieron en carne propia. No se imaginaban que era tan agradable, tan feliz, tan libre. No había leyes, se podía ser libremente quiénes eran y sentir sin miedo a ser destruidos. La verdad no era un castigo, era una bendición. Les proporcionaron una vida que sabían disfrutarían con el tiempo, y así no provocarían problemas con la vida celestial.

Leiko se adaptó a lo que le tocó, al principio se quejó hasta por que el agua mojaba, más luego pudo ver la belleza y la libertad de ser un mortal. No, no lo averiguo sola, con ayuda de cierto ex-angel logró sobrevivir. Camelot sabía muy bien como eran los mortales, él los observaba y admiraba cuando era un angel en servicio, así que no fue difícil para él.

Merus, encantado en tener un hermano como él, del cuál tratar de temas mortales de sus vidas y consejos de su hermano mayor que era. Camelot vió lo que antes nunca le demostraron, algo que le habían guardado por unos largos millones de años. También lo sintió con el tiempo, pues no veía lo malo que estaba en la superficie, sino más bien lo bueno que siempre quería ver la luz.

- Oye... ¿Me ayudas con esto? - pidió Leiko a Camelot.

- Claro - accedió Camelot a ayudarla con la vasija llena hasta el tope con agua. 

Estaban en un planeta un poco primitivo, era una vida sencilla y amena. Estaban a la orilla de un pozo dónde se debía ir a buscar agua para el consumo diario. Los temas de angeles se quedaron atrás en conjunto con todo sus pasados y culpas.

- ¿A dónde vamos? - preguntó mientras se encaminaba detrás de él.

- Pues a casa - contestó sin titubear, pues era la respuesta obvia.

- No me refiero a eso.

- ¿Entonces? - preguntó tras no tener la más remota idea de que refería Leiko con esa pregunta.

- Tu y yo. ¿A dónde vamos a parar? - preguntó directamente.

Leiko había cambiado mucho gracias Camelot. Mentiría si dijera que no eran algo, ahora tenían la libertad de amar. Camelot aprendió a amarla, no por lastima, sino porque en el fondo le guardaba cierto afecto cuando eran angeles. No era amor en aquellas épocas, sino más bien confianza en lo que ella era capaz con un buen estímulo emocional. No veía la Leiko con malicia que vivía en la superficie, para él solo era una coraza protectora de aquello que se les prohibía expresar.

- A donde tú quieras yo iré. Mientras no me dejes atrás - respondió Camelot con una dulce sonrisa. Mientras se ponía la vasija sobre el hombro y comenzó a caminar.

- Si es así, ¡Espérame! - exclamó pues se había quedado atrás atontada con las palabras de Camelot.

- Pues camina, no te quedes allí parada - le hablo sin detener su avance.

Leiko corrió hasta alcanzar a Camelot, él al tenerla cerca le ofreció la mano y está sin dudar un segundo, la tomo. Así se fueron a su hogar, tomados de la mano como la pareja que eran, una sencilla y sin cadenas.

En el planeta de Bills...

Bills era conocido por la ausencia de sensibilidad en él, además de ser conocido por no interesarle las demás personas. No era su trabajo preocuparse por nadie, además de la destrucción. más la ausencia de alguien lo hizo sentir un pequeño vacío que negaba estaba allí.

A ratos se le olvidaba que ese bebé travieso ya no estaba. Cuando comía no podía dejar de pensar en que cierto bebé venía a pedirle de lo que degustaba. Cuando tomaba siestas o descansos en algún lugar de su planeta, siempre esperaba que llegara Amour a jalar su nariz, orejas o mejillas. No era un vacío emocional, sino un vacío en la costumbre, se había habituado a todas las travesuras del pequeño ángel, así que le era difícil hacer algo o nada como era él, sin que pensará en que el bebé vendría a importunar. Eran travesuras agradables, tanto insultar a Whis comparándolo con su hermano, diciéndole que Amour era más lindo o más agradable.

ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora