II- Primer día

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Alex a veces se preguntaba si el destino disfrutaba jugar juegos con ella o algo, porque sino no se explicaba.

Ella estaba en el colectivo negro, entrando a lo que iba a ser su fuerte, su base militar, donde iba a ser entrenada antes de ir a la guerra. Tenía puesto un uniforme caqui, completamente planchado y perfecto, con un gorrito en su cabeza que hacía que se viera como una nena que jugaba con un barquito de juguete. No se veía como una soldado. Nadie del colectivo donde estaba lo parecía, excepto por un par de hombres adultos, ninguno con más de treinta años. Tal vez los hombres mayores que eso eran inútiles para aprender a usar un arma. Además de que, claro, tenían a todos los chicos y chicas de dieciocho años de la nación azul siguiendo el mandato militar. En ese colectivo, había al menos diez adolescentes además de Alex, y ninguno de ellos decía una palabra además de los adultos que simplemente hablaban para tranquilizar a las personas. Ridículo, la verdad.

Luego de un largo viaje, Alex vio a la distancia el campo de entrenamiento militar. No era mucho, la verdad, con casitas blancas y marrones, además de demasiadas zonas de distintos entrenamientos. Podía ver a las personas moverse en grupos a la distancia, corriendo en el césped brillante o en caminos de tierra, y sol saliendo por el horizonte. Como si no hubiera una guerra, la verdad.

La puta, sí que se volvía aburrida cuando estaba triste, ¿huh?

El colectivo atravesó el cartel de "Fuerte Impera" y siguió unos pocos metros por el camino de tierra antes de frenarse. Un militar entró y empezó a gritarles, dando indicaciones para que todos respondieran y los hizo bajarse. Todos se levantaron de sus asientos y salieron corriendo. Como Alex se había sentado casi al fondo del colectivo, esperó a que todos bajaran. Se colgó su bolsa con poco y nada de pertenencias y bajó del colectivo antes de frenarse en una de las cinco líneas de a cuatro en frente del militar.

Era un señor de unos cuarenta años, cara de pocos amigos, derecho como si lo hubieran empalado. Tenía su uniforme acomodado a la perfección, y un sombrero en su cabeza por el sol brillante. Alex lo observó con cuidado, además de los otros tenientes o lo que fueran que estaban detrás de él. Ese señor empezó a caminar.

-Se encuentran ahora en el centro de entrenamiento militar de Adamas, el Fuerte Impera-dijo el señor en voz firme, casi gritando, y caminando alrededor de ellos-. Acaban de tomar el primer paso para volverse soldados de la mejor armada en todo el globo, la Armada Azul. Van a hacer lo que les diga, cuando se los diga, sin preguntas. RESPÓNDAME.

-Sí, señor-replicaron todos, en unísono.

Y luego el día decayó todavía más.

Los hicieron llamar a alguien para asegurarse que estuvieran bien (llamó a su mamá, quien casi que se largó a llorar), y los llevaron a unas casitas, donde los soldados dormían. Les dieron poco tiempo indefinido hasta que los obligaran a empezar con el entrenamiento del día, por lo que los llevaron a una de las casuchas donde dormían los soldados para instalarse.

Alex se mantuvo callada mientras todos agarraban una cama, y ella se eligió una a la mitad. La verdad que era deplorable el lugar: paredes de madera, suelo de madera, vigas de madera sosteniendo el lugar, además de, obviamente, una puerta de madera a la entrada y dos detrás de todo. Dentro, había tres lámparas colgando de la viga del techo, dieciséis camas con un colchón y almohada ínfima con un acolchado verde militar, un pequeño baúl a los pies de la cama, y un perchero con cinco perchas. Alex dejó su bolsa encima de la cama y empezó a sacar sus uniformes, para colgarlos en donde iban. Justo cuando estaba haciéndolo, sintió a alguien apoyarse en la cama de al lado, por lo que se giró para encontrarse a una chica con pelo rubio.

-Buenas-saludó la chica.

Alex siguió doblando sus cosas.- Buenas.

-Soy Alma Danteri.

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora