VII- Cinco en habitación de tres

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Alex se despertó con su cabeza sintiéndose más ligera de lo normal.

Apenas abrió los ojos, supo que estaba acostada en la cama que era de Finn en el departamento que tenían en la capital del territorio rojo. La pintura blanca del techo estaba un poco quebrantada, por lo que tenía rajaduras y pedazos de pintura sueltos. Nunca se habían caído ni nada, así que Alex había empezado a querer a esos pedazos sueltos y viejos. La luz del techo estaba apagada, pero ella podía ver, así que, sin mover la cabeza, supo decir que era de día. No qué hora, porque no era Noah, pero sí sabía que el sol estaba en el cielo.

-¿Alex?

Ante eso, ella sí movió su cabeza hacia la voz. Se encontró a Finn allí, sus ojos castaños bien abiertos hacia ella. Ella sonrió un poco.

-Buenas-murmuró ella, con voz rasposa.

Alex siempre había tenido una voz relativamente rasposa, pero eso fue otro nivel. Finn frunció sus labios y le pasó un vaso de agua. Sostuvo su cabeza mientras le daba agua.

-De a sorbos chiquitos-avisó él-. Así sacamos esa sequedad de tu garganta sin que vomites.

-¿Sequedad?-repitió Alex, alejándose del vaso.

-Está bien dicho-se defendió él.

Alex asintió, sonriendo un poco. Se sentó en la cama, con ayuda de la mano de Finn, y suspiró.

Todo su cuerpo dolía, más que nada sus piernas por haber corrido y por haber estado en tacos toda la noche. Sus rodillas se sentían amoratadas, ¿acaso se había caído en ellas? No recordaba eso. Observó la remera de su pijama que tenía, probablemente alguna de las chicas o Finn la había puesto en eso. ¿Por qué la habían vestido otras personas y no ella misma? No se acordaba de haber vuelto de la cena mafiosa, así que trató de hacer memoria: cena, lavados, Elizabeth, escapada, pasillo, baño...

Por los guardianes.

El pasillo. El hombre ese, de ojos grises. Le había preguntado cosas y... y la había apoyado contra una pared con violencia. Sintió la mano del hombre subir por su pierna de nuevo, con fuerza y con una rapidez incómoda. Recordó la respiración de él contra su cuello. Su estómago se revolvió, náusea recorriéndola, y estiró su mano.

-Tacho.

Finn entendió el mensaje. Le pasó un tacho de basura y se levantó para sostenerlo el cabello mientras Alex vaciaba su estómago. Él sostuvo su pelo con suavidad y le masajeó la espalda mientras lo hacía.

Cuando ya no tenía nada más en el estómago, ella tosió mientras le pasaba el tacho a Finn, quien lo apoyó en el piso. Él le dio un pañuelo para que ella se limpiara la boca y, cuando terminó, lo tiró en el tacho. Finn le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja antes de ir a tirar el contenido del tacho al baño. Volvió luego de unos segundos y se sentó a su lado.

-¿Mejor?-inquirió él, pasando sus dedos por entre los nudos del pelo de ella-. No debería haberte dado agua...

-No fue tu culpa-avisó Alex.

Finn rodó los ojos.- Ajá, sí. Estabas inconsciente, amor. No te preocupes.

Lo consideró un segundo. Observó a Finn sentado a su lado, probablemente cansado después de haber estado varias horas despierto, y supo que se merecía una explicación. Era Finn, al fin y al cabo. No estaba segura de querer contarlo del todo, pero tenía que explicarle a alguien que había matado a un hombre por asco más que por xenofobia. A pesar de todo, no quería matar a rojos por ser rojos. No los odiaba tanto a pesar de que la habían destrozado en demasiadas formas. Ella no estaba segura de por qué se sentía así, más que nada porque ella no había sido nunca muy moral. Tal vez la guerra no la había cambiado tanto.

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora